Nuestros partidos políticos se han organizado en pactos para la elección de alcaldes. Hay mucho esfuerzo invertido en acordar esos pactos, con nombres esperanzadores, y las más de cien primarias inscritas producen entusiasmo. No obstante, habría que recordar que en la última municipal, en 2021, un tercio de los alcaldes electos fueron independientes fuera de pacto, más que doblando la tendencia histórica.
Estábamos entonces en el peak de la antipolítica y los independientes encarnaban una (desmedida) esperanza de renovación. En la elección de la Convención Constitucional, simultánea a la municipal, los independientes sin apoyo de partidos obtuvieron el 35% de los escaños generales. Ello pudo ocurrir gracias a una regla anómala que permitió a grupos de independientes formar pactos electorales. De hecho, en la misma elección se eligieron concejales con un sistema también proporcional, pero sin esa regla, y solo 16 de 2.252 concejales electos fueron independientes sin pacto. Ello confirma que los sistemas electorales son determinantes para la configuración política.
Pero el sello independiente de la Convención no tuvo buenos resultados. Fue así como para el segundo intento, en 2023, no se permitieron pactos de independientes, y en efecto, el Consejo no tuvo independientes sin pacto.
Por esas fechas, las encuestas CEP revelarían algo sorprendente: la identificación con algún partido político revirtió su abrupta tendencia a la baja. Ella cayó de cerca del 80% de la población a principios de los 90 a solo el 14% en su punto más bajo, justo después del estallido social. La caída en la identificación partidaria es tan constante desde 1990 hasta 2019, que es difícil que algo puntual la haya gatillado. Pero entre fines de 2022 y mediados de 2023 aumentó 14 puntos.
El mérito, por las razones que fueren, fue del Partido Republicano. Este llegó a identificar al 10% de la población: el partido más fuerte de Chile en mucho tiempo. No por nada fue el ganador indiscutido en la elección del Consejo Constitucional. Pero, luego, ese Consejo tampoco tuvo buenos resultados y los republicanos han perdido fuerza.
¿Qué irá a pasar ahora? ¿Lograrán los pactos convencer del atractivo de un alcalde que va apoyado por partidos o apostará la ciudadanía por llaneros solitarios? Esta vez el voto será obligatorio. Si algo distingue a quienes votan obligados es que tienen menos interés e identificación política, lo que podría inclinar la balanza hacia más independientes.
La fuerza de los independientes entre los alcaldes electos nos hablará de la gravedad del cuestionamiento de la ciudadanía a la política. Y tendrá también importantes consecuencias. Las alcaldías son el rostro más visible y cercano de la política para la gente. Tal vez por lo mismo son un semillero de líderes nacionales. Si los partidos se van quedando cada vez con menos alcaldes, irán perdiendo, aún más, sus raíces locales. La política así se personaliza y las coaliciones se debilitan, afectando la estabilidad y la posibilidad de acuerdos en la alta política.
¿Podrán los partidos mostrar las virtudes de la representación política institucionalizada? ¿Quizás un gran acuerdo de pensiones? ¿Un debate más constructivo? Va quedando poco tiempo.