Chile se encamina a un período electoral, y cansa ver tanta división, malas prácticas y vergonzosos episodios de pésimo uso de los escasos recursos públicos. Por eso, es bueno recordar de qué se trata en realidad la política.
En una sociedad libre, compuesta por hombres y mujeres libres, la política debería ser una actividad noble, encargada de la convivencia colectiva. Su objetivo debería ser el bien común. El conflicto entre las personas o entre grupos de interés es inherente a cualquier sociedad humana. En Occidente se fue desarrollando con el tiempo el concepto del “consentimiento de los gobernados”: poco a poco se formaron instituciones para elegir autoridades y resolver los conflictos de manera consensuada, evitando que se vuelvan destructivos para la propia sociedad.
Quienes se involucran en política deberían encargarse, entre otras funciones, del correcto ejercicio del poder y el uso legítimo de la fuerza para mantener el Estado de Derecho, y la distribución de los dineros del país según sea necesario para promover el bien común. Todo esto se sabe, pero poco se cumple. No todas las autoridades ejercen la política con dignidad y la sociedad civil —por ignorancia o desidia— es poco exigente con sus representantes.
Es una lástima que en Chile los conceptos cívicos fundamentales para la vida en sociedad sean vistos como una materia de segunda importancia; no se inculcan en las familias ni en los colegios con la debida prioridad. Se suele olvidar que el carácter de las personas y, por ende, el carácter de los futuros políticos, se forja día a día desde la infancia, y ese es el verdadero pilar de la cohesión nacional, sin el cual no hay progreso. Una sociedad avanza si todos sienten compromiso con la comunidad, con los demás. En un país cohesionado, lo público se considera de todos y por eso se cuida. Pero si no existe compromiso cívico ni sentido de comunidad, entonces muchos creen que lo público es de nadie y por eso se abandona o se le da mal uso, como lo observamos diariamente en el ejercicio de los asuntos de Estado. Hay ciertas obligaciones que debe internalizar una persona civilizada —y con mayor razón un político—, sin necesidad de que se lo imponga la ley. Se trata de una actitud de respeto cívico primero, y luego, como autoridad, de respeto por el cargo.
Muchos definen la política solo en función del poder: cómo obtenerlo, cómo ejercerlo. Pero también se puede ver la política como una disposición a participar y a contribuir, para lograr objetivos provechosos para la sociedad mediante el consenso. Lo esencial es que en una sociedad compleja hay gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos, pero todos por igual deben someterse al ordenamiento jurídico del Estado de Derecho. De eso se trata la política, ni más ni menos.