En 1662 el ministro de finanzas de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert, fundó una gran fábrica de gobelinos en Francia con la intención de crear una gran empresa estatal en esta materia. Se auguraban grandes esperanzas, pero se vieron pronto grandes ineficiencias. Lo reportan tempranamente diversas reflexiones de la época, alertando de que al no existir un dueño la gente trabajaba con los brazos caídos o que no se tomaban las decisiones a tiempo.
Paradójicamente lo que se apreciaba en el siglo XVIII no era otra cosa que la constatación de algo que Aristóteles había expresado más de dos mil años antes: que por las cosas comunes se tiene un menor cuidado que por las cosas propias.
Ejemplos de estas reflexiones son variados en el pensamiento económico. John Stuart Mill, por ejemplo, alerta de aquello al decir que “No hay personas más capaces de conducir un asunto o de decidir cómo y por quién deberá ser conducido que quienes tienen en ello un interés personal”.
Hace dos días, Máximo Pacheco volvió a constatar lo mismo que los “economistas” del siglo XVIII, que lo que había dicho Aristóteles y lo que había dicho Mill.
Con gran dosis de sinceridad —tras reportar hace una semana que los resultados financieros de 2023, que arrojaron una merma de 38% en los aportes al fisco, y desplomes de más de US$ 2.000 millones en los excedentes— señaló que “Codelco es una empresa pesada, es una empresa lenta”. Y no paró ahí: “Nos retrasamos en esas decisiones y le generamos un tremendo estrés a nuestro balance financiero, y también un tremendo estrés a nuestra capacidad de ejecutar proyectos”.
Con 52 años de historia, Codelco atraviesa uno de sus momentos más complejos. La producción de cobre ha caído un 17% en los últimos cinco años y se espera que continúe disminuyendo. En 2023 su producción llegó a 1,42 millones de toneladas, lo que implica una baja importante que no se ve en las mineras privadas.
Esa misma Codelco es quien —de acuerdo a lo anunciado hace pocos días por el Gobierno— desarrollará los salares de Atacama, Maricunga y Pedernales. Por su parte, Enami, que es todavía más lenta, desarrollará un proyecto en cuatro salares. Todos ellos representan lo auténticamente valioso de litio que hay en el país. Todos en manos de “la lenta” y “la más lenta”.
Algo definitivamente no cuadra.
A pesar de las mejoras en su gobierno corporativo, Codelco experimenta el mismo problema que las fábricas francesas del siglo XVII: sin un controlador claro se hace muy difícil una gestión eficiente. Los problemas que hoy enfrenta son precisamente consecuencia de no haber logrado tomar las decisiones correctas a tiempo, y si bien la existencia de un controlador no lo asegura, hace mucho más probable que ello no ocurra.
Peor aún, Codelco se ve sometida a los vaivenes del ciclo político y los problemas para capitalizar la empresa son evidentes, pues por lo general los gobiernos se ven tentados a retirar las utilidades. El controlador de turno no quiere engrandecer la empresa, quiere estrujarla, con legítimos o ilegítimos objetivos políticos.
Así las cosas, todavía es tiempo de revertir la pésima decisión respecto de cómo explotar el litio en Chile.
Y, más aún, es momento de romper el dogma de que una parte sustancial de Codelco no puede ser vendida a los privados
Si Codelco vale 40 mil millones de dólares (como dijo el año pasado Bank of America) y se vende el 51%, el país tiene dos ganancias: la capacidad de disponer de 20 mil millones y, sobre todo, apurarle el tranco a Codelco “la lenta”.
De otra forma, el próximo apodo de la empresa será Codelco “la vieja”. O tal vez, Codelco “la moribunda”.