La manida política identitaria del movimiento woke es el más reciente intento de superar la universalidad liberal, esto es, de superar la idea de que todas las personas son y deben ser iguales ante la ley. Este intento puede verse como la última reencarnación de una idea que ha rondado desde siempre a la izquierda. En este sentido, el identitarismo woke puede ser una versión desmejorada de una idea antigua, pero no una desviación sorprendente y relativamente inexplicable en una tradición perfectamente universalista. Si lo propiamente woke es el rechazo del universalismo liberal —y, en consecuencia, el rechazo de la democracia representativa—, hay que concluir que el grueso de la izquierda es y ha sido, no hoy, sino desde mucho antes, woke. Por desgracia para los adalides de la izquierda liberal —esa izquierda marginal— no ha pasado tanto tiempo como para que el público haya podido olvidar que el universalismo liberal era sindicado como “abstracto” y “burgués” por parte del marxismo. Es cierto que a su modo el marxismo tenía pretensiones de universalidad, pues en un ejercicio titánico de encorsetamiento trataba de hacernos creer que el proletariado era la encarnación de la universalidad. Ejercicio poco convincente, como tuvieron ocasión de representar algunas feministas, que tuvieron el mal gusto de señalar que la causa de la mujer tal vez no era del todo coincidente con la causa del proletariado; o como tuvieron ocasión también de padecer los homosexuales, cuya identidad no se ajustaba, por lo visto, a la universalidad revolucionaria.
El wokismo actual trata de hacer del fracaso del falso universalismo marxista una virtud: si el sujeto de la historia —o de la justicia— no es el proletariado, entonces lo serán los grupos marginados, aquellos que han resultado perjudicados por estructuras jerárquicas que históricamente han distribuido desigual y arbitrariamente reconocimiento y riqueza, y que un sistema de igualdad formal deja supuestamente intactas.
Pero en realidad lo propio del wokismo no es la preocupación por las minorías y por los desposeídos. Solo los wokistas pueden creer eso, animados por su consabido adanismo. Lo suyo es el modo en que cree debe resarcirse a los grupos desfavorecidos. Y es aquí donde revela su falta de novedad: la justicia, creen, no puede lograrse ni alcanzarse por medio y/o a través de la universalidad liberal (o por medio de la igualdad ante la ley). No basta, por ejemplo, con aprobar el matrimonio igualitario; también hay que establecer reglas especiales para el uso de la fuerza; no basta con compensar a las mujeres por las desventajas que experimentan como consecuencia de los cuidados, hay que establecer también la paridad de salida. Y un largo etcétera, que el lector ya conoce por la propuesta de la Convención. Así las cosas, decir que el identitarismo es “en realidad” un fenómeno de derecha es un caso escandaloso de eso de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.