Hace ya un tiempo escuché a un experimentado político decir la frase del título. Los problemas normalmente son complejos, requieren de opciones que a muchos no les gusta enfrentar y su solución lleva más tiempo que el que nos gustaría. Es mucho más rentable encontrar una manera creíble de culpar de ellos a nuestros adversarios.
El Gobierno parece haber retomado ese camino, en el que siendo oposición demostraron gran habilidad.
Las distintas sociedades han intentado dar a las instituciones responsables del orden el necesario equilibrio entre un poder que permita evitar el caos, pero limitado para evitar excesos. En su momento en Nueva York, ciudad donde estudié, la situación de criminalidad era casi intolerable. Fui asaltado más de una vez, en los mismos lugares donde años después se veía a miles de personas haciendo tranquilamente deporte. Una sociedad madura había encontrado un nuevo equilibrio. Si la miramos hoy, parece haberlo perdido nuevamente, aunque su larga historia debiera permitirles volver a encontrarlo.
Los miembros del actual Gobierno se preocuparon de desprestigiar las fuerzas de seguridad. Los elementos antisociales florecieron y mientras más tiempo se les deja avanzar sin enfrentarlos más complejo es hacerlo pues permean y corrompen el tejido social.
Incluso los más detractores de las fuerzas de orden, hoy se expresan a favor de ellas. Pero el Gobierno no parece tener la voluntad de buscar los consensos para realmente llegar a un nuevo equilibrio que les permita ser efectivas en el resguardo de la seguridad.
No es impensable que, para algunos más extremos, el caos es la oportunidad para avanzar al poder total de Maduro en Venezuela o de Putin que superará a Stalin y a Catalina la Grande en el tiempo que logrará aferrarse al poder.
No parece ser el Presidente quien piensa así, pero en su reciente aparición ante una concentración de respaldo autoconvocada, volvió al cómodo discurso de declamar los problemas e insinuar la responsabilidad de otros. Ojalá no sea porque se dio cuenta que las decisiones que debe tomar para detener la violencia son demasiado complejas e imposibles dada la composición de su coalición.
La falta de crecimiento es el otro gran desafío que enfrenta hoy Chile. Ello se refleja en muchas dimensiones. Los sueldos no pueden subir como se quisiera. Las pensiones es difícil mejorarlas. Es más complejo adquirir una vivienda o bienes durables.
El Gobierno hace unos días inició una nueva campaña de culpar a otros, particularmente a los empresarios. Por codicia no mejoran los sueldos. Si fuera tan simple, ¿por qué no todo el mundo vive en la abundancia? La ministra vocera se jactó de los logros del Gobierno en materia de 40 horas y sueldo mínimo. Pero dictar una ley no significa que se hará realidad para todos. El Gobierno no paga los sueldos ni tiene que acomodar las horas de trabajo. Son cientos de miles de pequeñas, medianas y grandes empresas quienes tendrán que hacerlo. Si el país no crece, esos logros serán una utopía, que privilegiará a algunos y condenará a otros a la informalidad o el desempleo.
Para crecer más aceleradamente se requiere una nueva mentalidad, que, frente a distintas opciones, le dé a la producción una ponderación muy relevante. A la coalición gobernante le cuestan esas decisiones. En su propuesta constitucional cuestionaban los “problemas de la modernidad y el consumismo”, pero creían que, con la sola voluntad, sin gran esfuerzo, era posible atender los problemas de la gente.
Si miramos lo que sucede en el mundo, EE.UU. sigue sorprendiendo con su capacidad de crecer (2,5% el año pasado), y hasta el momento ha sorteado una recesión que se veía segura. Ello mientras Chile se estancó. Esto se debe a la madurez institucional favorable al progreso que hasta ahora tiene. Mientras Europa bordea la recesión y la amenaza la falta de energía, la producción de petróleo y gas por nuevas tecnologías permitió un superávit al país del norte. Una mezcla de capacidad innovadora, la falta de impedimentos tributarios y una gran flexibilidad laboral ha permitido que en ese país se desarrolle lo que hoy llamamos inteligencia artificial y comience a dar frutos en productividad.
Incluso el salto de progreso de China después de 1980 se debe a un nuevo pragmatismo respecto al crecimiento del que las autoridades chilenas parecen en parte carecer. Son emblemáticas las frases de Deng Xiaoping. No importa el color del gato, sino que cace ratones. El socialismo no es repartir pobreza. Dejemos que algunos se enriquezcan primero.
El Gobierno ha aceptado el imperativo del crecimiento. Usa el vocablo a menudo. Pero parece que la realidad de su coalición le permite concretarlo solamente en medidas que lleven al crecimiento del tamaño del gobierno. Tiene dos reformas emblemáticas. La previsional y los cambios tributarios.
La primera claramente busca hacer crecer los fondos que administra el gobierno. Parece ser esa su real intención. Las pensiones nunca serán mejores si el país no aumenta sus ingresos. Por mucho que se pongan castigos y una cotización más elevada, si a las personas les significa un sacrificio demasiado grande ahorrar, no lo harán. Del mismo modo aumentar los apoyos fiscales a los de menores pensiones no es realista si el país no progresa aceleradamente.
La otra reforma supuestamente clave del Gobierno busca que el fisco crezca a costa de mayores impuestos. Se pretende argumentar que básicamente solo se requiere más control para evitar evasión. Sería culpa de los empresarios evasores. En vez de usar los ejemplos de países que han progresado recientemente, normalmente con bajos impuestos para facilitar la innovación, la inversión y el empleo, se opta por usar los argumentos de países desesperados por recaudar que han llevado a sus sociedades a un callejón sin salida.
Chile para su nivel de ingresos y para el dinamismo que necesita, no recauda poco. Las empresas enfrentan hoy grandes costos y riesgos legales ante la carga pública de recaudar por el gobierno.
Los impuestos tienen una larga historia. Los censos romanos, incluso el que llevó a Jesús a nacer en un pesebre, eran para tener datos para cobrar impuestos. Es indispensable buscar un equilibrio entre el poder recaudar y otros derechos de las personas. Es cierto que hay tendencia mundial por parte de los gobiernos para liberarse de los límites indispensables que eviten que se abuse de los ciudadanos. Pero es un mal camino a seguir. Las leyes deben ser claras y no caer en el concepto nuevo de elusión para dar discrecionalidad al gobierno. La Corte Suprema americana ya hace tiempo dictaminó que las personas tienen derecho a acomodarse como les conviene dado la ley y no imaginar lo que la autoridad quiere, como en los regímenes comunistas.
La voracidad tributaria no debe llevar a la perdida de la privacidad. Es otro límite al gobierno. De nuevo en el caso americano, un juez acaba de fallar respecto a la inconstitucionalidad de una ley que obliga a todas las organizaciones a informar una gran cantidad de datos al Tesoro americano para evitar supuestamente actividades terroristas.
Es de esperar que en los años que le quedan, el Gobierno opte por enfrentar de verdad los problemas, aunque sea difícil. Que persiga un equilibrio viable para las fuerzas de orden y que impulse el crecimiento del país entero y no solo el del gobierno. Inventar culpables es fácil, pero no están donde están para eso. Están para gobernar.