El viernes parte “la era Gareca” para la selección chilena. Y hay dos cosas en las que estamos todos de acuerdo. Una es que Chile no tiene gol, que en realidad no es cuestión de acuerdo, sino de estadística. La segunda es que el nuevo entrenador no tiene mucho dónde elegir.
La última prueba quedó establecida en el fin de semana con una fecha del campeonato de Primera División con solo once goles marcados. Ricardo Gareca, por muy “Tigre” que sea, no tiene recursos generosos en ese rubro. Por lo demás, nunca nos ha sobrado. Veamos cómo lo hace.
Pero, a falta de goles, la fecha tuvo polémicas.
La más notable, la protagonizada por Maximiliano Falcón y la lesión que le provocó al joven coquimbano Dixon Pereira (17), que hacía su debut y terminó en el hospital.
El rodillazo se instaló en redes sociales y el uruguayo se defendió aclarando que “soy bruto, pero no mala leche”. Una defensa a medias. El caso es que el muchacho, cuyo debut duró cinco minutos, terminó con costillas dañadas y un neumotórax en pulmón derecho. Además del rodillazo, recibió un llamado solidario de Falcón, al que no le atribuye intención de causar daño.
Ahora bien, el zaguero uruguayo no recibió tarjeta de ningún color. ¿No la merecía? En mi opinión, no se le puede atribuir intencionalidad al colocolino. Fue una jugada de fútbol. Desafortunada por su resultado, pero nada más. Y ahora solo queda pedir por el restablecimiento pleno del joven debutante y que Falcón haga un curso de “desbrutización”.
En fútbol, lo más notable de la fecha es la consolidación de Universidad de Chile como equipo ganador y de rendimiento ascendente.
Como en todo episodio exitoso, tiene que haber varios argumentos para explicarlo. Pero hay uno por sobre todos: Gustavo Álvarez.
¿Qué hay en el entrenador del Huachipato campeón que lo hace tan especial e importante para la U? Su carácter.
Álvarez, al menos en la banca, es un hombre sereno, quieto, ajeno a las explosiones emocionales, sin que por eso sea inexpresivo.
Más de una vez, a lo largo de los años, se ha insistido en esta columna en lo bien que le hace a la U un entrenador de esas características. En épocas inciertas fue importante, por ejemplo, Fernando Riera, cuyo paso no fue generoso en títulos, pero sí dejó una huella importante en los azules. De hecho, alumnos suyos en la escuela universitaria resultaron triunfadores, empezando por Manuel Pellegrini, que terminaría siendo el mejor entrenador chileno de todos los tiempos.
A la inversa, han sido los desbordes emocionales el peor enemigo del club. La U ha tenido dirigentes muy malos y una parte de su barra es completamente orate. Un técnico sensato pone la mesura y el equilibrio que se necesitan para desarrollar proyectos serios.
Eso tiene ahora Universidad de Chile. Que le dure.