Tras las multitudinarias marchas y actos feministas (incluidas las burlas a la muerte de Sebastián Piñera); tras los conversatorios con títulos complicados —como aquel sobre “disidencias sexogénericas”—, tras los encendidos discursos, tras la euforia y el llanto, ¿qué queda tras el 8-M?
Queda seguir agradeciendo a quienes abrieron camino y apuraron el tranco en tiempos adversos, que no fueron solo mujeres (gracias totales, John Stuart Mill). Y queda, tras la emoción, ponerle cabeza a lo que viene. En lo macro y en lo micro.
En lo macro, qué bueno sería armar una agenda consistente con las necesidades de las mujeres. Parece obvio, pero no lo es tanto, pues primero hay que indagar bien qué buscan y agradecen hoy las chilenas. Hay mucho eslogan circulando y faltan datos y cifras que los respalden.
No recortar plata para salas cuna y jardines infantiles aparece como algo lógico, dado que, según los estudios existentes, el gran obstáculo para que las mujeres se incorporen (o vuelvan) al mundo laboral es su temor a dejar a los hijos en una etapa clave, como es la primera infancia. Además, muchas mujeres que trabajan en forma parcial —buscando compatibilizar los dos ámbitos— se sienten explotadas e insatisfechas.
Durante el 8-M se repitió una y otra vez la importancia del aporte femenino en el mercado laboral y su decisiva contribución al PIB y al crecimiento del país. Muy de acuerdo. Pero ojo con la idea de que toda mujer aporta mucho más como trabajadora que como madre. Esa debiera ser una decisión de cada mujer, en base a sus prioridades, su necesidad de autonomía y a la etapa que vive. No una imposición social.
La socióloga inglesa Catherine Hakim tiene investigaciones sobre el tema y plantea que las mujeres no son un colectivo homogéneo en ese ámbito. Según consultas en distintos países, hay un grupo de las mujeres que prefiere centrarse en su carrera profesional (cerca del 20% de la población femenina). Otro grupo, con un porcentaje similar, les da prioridad absoluta a sus hijos y preferirían no trabajar. El grupo más numeroso —cerca de un 60%— anda tras lo bueno de ambos mundos, buscando un equilibrio. Optan por una u otra opción (o ambas) según sus circunstancias.
Tomar en cuenta lo que de verdad piden las chilenas es clave a la hora de formular políticas macro para impedir que la maternidad sea un castigo para la mujer y se valore su aporte social (sobre todo en una crisis demográfica). También para estimular la coparentalidad (ojo con el posnatal masculino, muy poco relevante hoy y que puede ser un gran aporte a la crianza) y para incentivar la incorporación laboral.
Y si las políticas macro son cruciales, también la búsqueda de una perspectiva equitativa entre hombres y mujeres se vive en lo micro. En las actitudes en la casa, en la calle, en el metro, en la escuela. Este año, mi hijo de 11 años tiene una nueva asignatura, donde aprenderá —oh, sorpresa— a coser, planchar y cocinar. El ramo se llama “Home Skills” (debe ser más elegante llamarlo en inglés). Pero el título es lo de menos. Así avanzamos, con pasos grandes, con pasos pequeños.