Estamos en 1985, un 30 de mayo. El futuro Presidente Piñera participa en el seminario “Doctrina Social de la Iglesia y Sistemas Económicos”. Su intervención se da en el marco de una mesa redonda en la que hace un comentario crítico de algunos aspectos del trabajo que ha expuesto antes el profesor argentino Gabriel Zanotti. En su breve exposición, Piñera ofrece una interpretación de la doctrina social de la Iglesia, compatible con una economía social de mercado (ver revista “Estudios Públicos”, N{+o} 20).
En el espíritu de Michael Novak, un pensador católico al que el economista chileno conocía, su fundamentación va más allá de los argumentos económicos y se adentra en reflexiones éticas y hasta teológicas. De hecho, un artículo de Novak viene en el mismo número de la revista.
En su exposición, Piñera concuerda con Milton Friedman, a quien cita, a propósito del Estado paternalista o que se hace señor de su gente. Su planteamiento contiene, a su vez, una amplia selección de citas de encíclicas sociales para respaldar su posición. Para él era crucial entender la economía social de mercado como un modo legítimo de aterrizar la ética cristiana. La Iglesia no tiene hoy la influencia que tuvo en otros tiempos. Con todo, creo que sigue presente entre nosotros una ética cristiana secularizada. La cuestión, por tanto, sigue siendo pertinente.
La pregunta que recorre la presentación de Piñera es, ¿qué debe hacer el Estado en una economía libre? A su juicio, el Estado debe “compatibilizar dos conceptos esenciales”. En “primer lugar, la libertad”. Su fundamento es no solo la utilidad económica, sino “un principio básico de ética social”, según el cual “el proyecto de vida” de cada persona ha de depender “principalmente de sus propias decisiones y de su íntima conciencia, y no de la acción coercitiva del Estado”. En segundo lugar menciona otro principio, “igualmente importante”: la justicia. El Estado debe procurar que “todos los hombres tengan acceso a un standard de vida mínimo... que les permita efectivamente ser dueños de su propio destino... y afianzar su proceso de personalización”.
Piñera luego afirma que, “la mejor forma conocida de compatibilizar la libertad, la justicia y la eficiencia es la economía social de mercado”. Esto implica que “el Estado asuma un papel activo y subsidiario”. Que el Estado desempeñe un rol subsidiario significa que ha de hacer “aquellas cosas en las que es insustituible”. Su listado de tareas incluye el deber de fijar las reglas del juego, conducir las políticas económicas y sociales, y la política macroeconómica, establecer regulaciones “en los casos en que el sistema de mercado no funciona en forma eficiente”. Así, “la esfera del Estado ha de ser limitada”... y “el poder del Estado ha de estar disperso”.
La propiedad privada tiene una finalidad individual, pero también social. Sostiene que el mejor mecanismo para garantizar este doble objetivo es establecer “un sistema tributario que no sea expropiatorio”, pero que permita “obtener los recursos fiscales necesarios para poder satisfacer las necesidades básicas de toda la población”. Lo cual se basa en “el desarrollo económico”, sin el cual “se producen conflictos sociales”.
Entre los objetivos que señala al Estado, da particular importancia a “procurar el pleno empleo”. Esto no solo por los costos económicos que acarrea tener recursos humanos no utilizados, los costos humanos para el desempleado y su familia, y sus efectos sociales (alcoholismo, delincuencia, etcétera), sino que por el “sentido trascendente” que tiene el trabajo humano.
Al abordar el tema plantea dos aspectos, internándose de lleno en el campo religioso. Primero, sostiene que “Dios quiso dejar inconclusa la obra maravillosa de la creación”, a fin de que el hombre “mediante su trabajo se haga partícipe en la obra del Creador”. El ser humano, al “descubrir y explotar los recursos naturales, transformarlos, contribuir al progreso de la ciencia y la tecnología… está imprimiendo en la naturaleza las huellas de su naturaleza espiritual”.
El segundo punto es el sacrificio. Piñera admite que el trabajo es sacrificio. Pero desde la mirada cristiana esta mortificación, esta “fatiga”, este “cansancio”, afirma, es una forma de participar en “la tarea de la redención”. El trabajo, entonces, es algo redentor, algo que nos salva.
Por cierto, estas reflexiones sobre el trabajo a partir de la fe no interpretarán más que a los que compartan las creencias cristianas del expresidente. Pero puestos a dar razones, y más allá de sus virtudes y defectos, así pensaba este hombre de acción. Su visión religiosa sobre el sentido del trabajo quizá arroje una luz para comprender su portentosa capacidad de trabajo. Su vocación por el trabajo definió su vida entera.
Arturo Fontaine
U. Adolfo Ibáñez y U. de Chile