Desde comienzos de los 2000 la tasa de fertilidad en Chile está por debajo de la de reemplazo y no ha hecho más que bajar, pese a que desde 2011 tenemos posnatal de seis meses. En 2023 el INE reportó 1,3 hijos por mujer, muy por debajo del promedio de la OCDE (1,58). El envejecimiento que de ahí se anticipa amenaza nuestros sistemas de pensiones y de salud, la política social y, más en general, toda la economía.
¿Qué hay detrás de una fertilidad tan baja? Por de pronto, nuestra participación laboral femenina es menor que en la OCDE (58 versus 66% en 2022) y en países como Reino Unido y Dinamarca, las mujeres tienen igual número de hijos que en Chile, pero participan 17 puntos más en el trabajo. Es más, al contrario de lo que ocurría hace 40 años, hoy entre los países OCDE la relación entre trabajo femenino y fertilidad es positiva, gracias a que en los países de más ingresos se ha vuelto más compatible para las mujeres tener familia y una carrera laboral (Doeptke et al., 2022).
La caída de la fertilidad en Chile ha venido de la mano de una postergación de la maternidad, que se ha acelerado en los últimos años. La edad materna promedio al primer hijo en 1980 era de poco más de 22 años; subió un año hacia 2010 y desde entonces aumentó tres, superando los 26 años (Yopo y Abufhele, 2024). Tras ello, hay una fuerte caída en el embarazo adolescente.
Interesantemente, Gallego y Lafortune (2021) encuentran que los booms económicos aumentan la natalidad, pero solo para las mujeres que ya tenían hijos, lo que sugiere que postergar la maternidad no es una mera cuestión de recursos. De hecho, las entrevistas a mujeres por Yopo y Abufhele (2024) hablan de cambios en los roles de género, deseos de autorrealización, una crianza más exigente y parejas inestables, además de condiciones precarias.
No sabemos en qué medida la baja natalidad de hoy será luego compensada por mujeres que no han renunciado a la maternidad, sino que solo la han pospuesto, o si nos convertiremos pronto en una sociedad en la que muchos no tienen hijos. Según datos de la OCDE, en 2002 menos del 8% de las chilenas entre 40 y 44 años no tenían hijos. ¿Terminaremos pareciéndonos a Estados Unidos, donde poco más del 10% de las mujeres terminan su etapa reproductiva sin hijos; a España, donde son cerca del 20%, o a Japón, donde son más del 27%?
Los enormes esfuerzos para aumentar la fertilidad que han hecho, por ejemplo, los países nórdicos, han tenido resultados limitados. Siguiendo a Doeptke et al. (2022), la clave estaría en que maternidad y carrera laboral sean compatibles, para lo cual se requieren opciones de cuidado de los niños, corresponsabilidad, normas sociales favorables y mercados laborales flexibles.
Las sociedades con pocos hijos no solo envejecen, sino que tienen redes familiares más pequeñas. En el extremo, con la política del hijo único estricta y prolongada, no solo no hay hermanos, sino que tampoco tíos o primos. ¿Quién reemplazará aquello que hacen las familias, por amor y otras razones? Parte de lo que es cuidado deberá asumirlo el Estado; está por verse qué pasará con lo demás.