"Había trabajo” fue una de las frases que más se repitieron entre las miles de personas que asistieron al velatorio del Presidente Piñera. Por supuesto, se referían a su primer gobierno. La pandemia no permite una evaluación de su segunda administración en esta dimensión.
Asumió su primer período prometiendo un millón de empleos. Para muchos electores una más de las diversas propuestas que se hacen en momentos de elecciones. Pero se cumplió y el comportamiento de la ocupación en esos cuatro años fue muy notable. Significó un crecimiento anualizado de la ocupación total de un 3,3%. En la década siguiente esta expansión ha sido a una tasa de solo 1,2%. Es cierto que, entremedio, el virus hizo de las suyas, pero la lenta recuperación de los puestos de trabajo que ha ocurrido, en perspectiva comparada, es parte del “problema del empleo” que parece estar afectándonos.
Una parte importante de este fenómeno se explica por la menor expansión de la actividad económica en la última década. Sin embargo, no se puede olvidar que estos procesos son menos determinísticos de lo que suele pensarse y hay un grado importante de simultaneidad entre ambas variables. El adjetivo notable usado anteriormente no es arbitrario, porque la expansión del empleo de ese período fue muy extendida. Para analizarlo mejor es útil detenerse en el grupo de entre 25 y 59 años que, suele considerarse, tiene una adherencia mayor al mercado del trabajo. En este segmento de la fuerza de trabajo, durante el primer gobierno del Presidente Piñera, la tasa de empleo subió para hombres y mujeres. En este último caso en más de siete puntos porcentuales.
Al mismo tiempo, esa proporción se elevó para todos los grupos educacionales, aunque proporcionalmente más para los trabajadores con educación media completa y luego para aquellos con educación secundaria incompleta o menos. El alza en el empleo se registró en todos los grupos de edades, con más fuerza entre las personas de 50 a 59 años. También en todas las categorías ocupacionales relevantes, pero con más fuerza en los asalariados privados que experimentaron aumentos de 3,5% anualizados en sus oportunidades laborales (el promedio anualizado del período para estas edades fue de 2,9%).
Los asalariados del sector público, más allá de las prevenciones que esa categoría merece, crecieron a una cifra inferior: 2,3%. La amplia “transversalidad” de los aumentos del empleo ocurridos en ese período es lo que lo hace excepcional.
¿Qué ha ocurrido en el intertanto? La tasa de empleo actual para las personas de entre 25 y 59 años es equivalente a la que existía a fines de la primera administración del fallecido mandatario. Pero hay cambios importantes en la composición. La tasa de empleo de los hombres es, en el presente, 4,2 puntos porcentuales más baja que a fines de la primera administración Piñera. La de las mujeres siguió subiendo y es más alta que en ese entonces. Sin embargo, hay importantes cambios en su composición. Solo subió la tasa de empleo de las mujeres con estudios superiores completos en 3,7 puntos porcentuales. Las mujeres de grupos con menos estudios, particularmente aquellas con educación secundaria incompleta o inferior, han visto retroceder su tasa de empleo en 2,3 puntos porcentuales.
Una parte relevante del aumento en la tasa de empleo femenina se explica, entonces, por un cambio en la composición de la fuerza de trabajo. En el caso de los hombres, la caída en la tasa de empleo se da para todos los grupos educacionales (aunque respecto de aquellos con educación superior es leve), con especial fuerza entre quienes tienen educación media completa o secundaria incompleta y menos. Esa tasa cae en 6,6 y 6,8 puntos porcentuales, respectivamente.
Junto con estos cambios, se ha estado observando un crecimiento más lento en el empleo asalariado privado, que ha subido a un ritmo anualizado de solo 1,5%. En contraste, el asalariado público ha estado haciéndolo a un 3,5% (el empleo de las personas de entre 25 y 59 años ha estado creciendo a 1,6% en la última década, algo más rápido que para toda la población). Al mismo tiempo, la tasa de empleo de los más jóvenes (25 a 29 años) y la de las personas de entre 50 y 59 ha retrocedido. Estos comportamientos en la ocupación sugieren que su evolución requiere más atención de la que se le ha dispensado en el debate público.
Me consta que estos cambios eran fuente de preocupación del Presidente Piñera. Más allá del lento crecimiento económico, esa evolución revela crecientes dificultades de los trabajadores menos calificados para integrarse al mercado del trabajo. La fuerte informalidad, mayor que hace diez años, avala esa situación. Esta realidad, muy distinta de la que se manifestó durante ese primer gobierno, requiere más análisis, uno riguroso como el que propiciaba el extinto Presidente frente a fenómenos que comprendemos solo parcialmente.
Harald Beyer