En el libro La República, Platón describe cómo se instala un tirano en una sociedad que se ha corrompido.
“En un principio, sonríe y promete, libera de deudas y reparte tierras, adopta modales amables… pero al poco tiempo comenzará una guerra, subirá los impuestos y obligará al pueblo a trabajar día y noche para que no conspiren contra él. Quienes no confíen en su mando serán eliminados y aquellos de sus amigos que le censuren también”, describe Platón hace 2.500 años.
El valor de los clásicos es precisamente ese: su plena vigencia. Lo descrito es exactamente lo mismo que ocurrió en la Venezuela corrompida de los 90 y la aparición del paladín, del salvador, de Hugo Chávez.
Y a partir de ahí ya no hay vuelta…
Como el propio Platón describe, “cuando el pueblo quiera retirar su apoyo al tirano será demasiado tarde. Este es parricida por naturaleza y no respetará al pueblo, que es su padre, y los hombres libres pasarán a ser esclavos”.
Tal cual.
De hecho, con poco pudor, hace pocas semanas, ya anunció Maduro que las próximas elecciones las ganarían “por las buenas o por las malas”.
Es que la tiranía es prácticamente irreversible.
Al cinematográfico secuestro del exmilitar venezolano Ronald Ojeda Moreno, perpetrado esta semana, no es posible aún encontrarle las huellas dactilares, pero para un régimen como el de Maduro ello es más que posible.
Y si bien el gobierno chileno no ha querido aventurar nada, la suspensión de las vacaciones del Presidente para reunirse con cuatro ministros fue una señal, como dijo ayer el propio ministro de Justicia. Porque en los últimos años nos hemos empezado a acostumbrar a los secuestros, pero lo ocurrido esta semana evidentemente tiene otras dimensiones.
Paradójicamente, el refugiado figura en tres listas del Ministerio de Defensa de Venezuela de militares expulsados por “confabular contra la administración actual del país”, en medio de una supuesta “operación Brazalete Blanco”, denunciada días atrás por el fiscal general de Venezuela, cuyo fin sería eliminar a Maduro.
Es posible que el secuestro de Ojeda termine siendo algo delictual. Un ajuste de cuentas. Un acto mafioso. Es posible también que nunca sepamos lo ocurrido. Pero también es altamente probable que el régimen bolivariano esté detrás.
Si se comprueba la participación del gobierno venezolano en el episodio, estamos frente a un hecho diplomático gravísimo. Si no se comprueba, el hecho debiese servir para volver a destacar la tragedia venezolana. Los 8 millones que han debido arrancar. Los 28 millones que están sumidos en la pobreza y la desesperanza.
Y los más interesados en terminar con la pesadilla debiesen ser los miembros de la izquierda democrática del mundo. Porque Venezuela se ha convertido en una pesada mochila para ese sector. No solamente es la muestra palpable del fracaso de la utopía, sino que muestra la peor cara de la política. Ha sido además el gran inhibidor para la posibilidad de ser electos distintos candidatos de izquierda (ante el riesgo percibido de venezolanizarse).
Lamentablemente hay pocas esperanzas de que ocurra algo en Venezuela que cambie su destino. Pero al menos el repudio internacional (tal como ocurrió en el Chile de la dictadura) ya es un paso. Y hay poco más.
Mientras tanto, con el secuestro de Ojeda hay una nueva oportunidad para Boric de marcar distancia con dureza con ese mundo, pese a que una parte de su frente interno volverá a incomodarse.
Y si se comprueba la participación, pasamos a otra dimensión.