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Editorial
Martes 13 de febrero de 2024
Aniversario de Santiago
El declive no es un camino inexorable y aún es posible concebir un plan de recuperación.
Quedan tan solo diecisiete años para que Santiago cumpla cinco siglos desde su fundación. La comuna que representa a toda la ciudad, con su casco histórico y los edificios desde los que se ejercen los poderes Ejecutivo y Judicial, se encuentra en un estado que resulta, por decir lo menos, desalentador. Al paulatino éxodo de las últimas décadas de muchas actividades comerciales y profesionales hacia comunas ubicadas más al oriente procurando modernizar sus actividades, se sumó un sobrepoblamiento de ella por inmigrantes, sin una infraestructura adecuada para acogerlos, y luego vino la destrucción, vandalización y quema de edificios durante la revuelta de octubre de 2019, que acrecentó la sensación de inseguridad para quienes allí habitan y disminuyó el interés del resto por visitarla. Todo ello ayudó a consolidar su declive.
Es cierto que la comuna es mucho más que su zona céntrica. Tampoco se puede negar que se han hecho notables esfuerzos por recuperar la Quinta Normal y darles vida a los museos que se ubican en su entorno, que la Estación Mapocho es un centro cultural relevante, y que las más importantes universidades del país tienen sus principales edificios en la comuna, cuyas actividades siguen floreciendo. Sin embargo, el simbolismo histórico e institucional que tiene la capital del país para todos los chilenos, ahora apagado y disminuido por el aspecto de descuido que muestra su casco céntrico, potenciado además por el hecho de que los espacios públicos diseñados para el disfrute ciudadano son muchas veces utilizados para fines privados por comerciantes ambulantes, o que los muros de edificios privados son arrebatados por grafiteros para el despliegue de sus manifiestos, solo da cuenta de que la propia autoridad no ha comprendido el carácter simbólico y la fuente de orgullo y sentido de unidad que una capital resplandeciente, dinámica y vital entrega a sus ciudadanos. El que la función alcaldicia tienda a tomar un carácter asistencialista no colabora a corregir ese estado de cosas, ni tampoco la idea de que cada vez que se invierte en Santiago es a costa de las regiones, pues eso actúa como un inhibidor de iniciativas que podrían comenzar a enmendar el camino recorrido.
Es común que los cascos céntricos sufran procesos de deterioro, e incluso que nuevas zonas de la ciudad se hagan transitoriamente más atractivas. Pero no se trata de un camino inexorable, y cuando ello se da, tampoco constituye un obstáculo irremontable. Es posible revertirlo si se tiene conciencia del problema y la disposición para invertir en un plan de mediano plazo para hacerlo. El aniversario de los 500 años de la fundación de Santiago en 2041 puede convertirse en una motivación no partidista, transversal, que concentre esfuerzos para las grandes transformaciones urbanas que le darían nuevos bríos a Santiago, esas que se han pensado muchas veces pero que nunca se han concretado con la fuerza necesaria: el Parque Metropolitano y sus múltiples opciones de embellecimiento y cultura, la caja del río Mapocho como jardín inundable para disfrute de la ciudadanía, una solución ambiciosa para el nudo vial de Plaza Italia o para la gran explanada al oriente de la estación Mapocho, son proyectos que le darían una renovada vitalidad a la comuna, y atraerían inversión, entretención y consumo.
Quienes ejerzan la alcaldía de Santiago en los próximos períodos no podrán hacerlo solos: deberán contar con el apoyo del gobernador regional —actualmente muy limitado en sus atribuciones— y del gobierno central. Resultará difícil recuperar el orgullo del desarrollo de la nación si el símbolo de ella, la comuna en la que se fundó la ciudad y de donde surgió el Chile moderno, mantiene el lamentable aspecto que hoy presenta.