Desde el domingo pasado que no dejamos de recordar en la liturgia el amor y la predilección del Señor por los enfermos. Coincide además hoy la advocación de la Virgen de Lourdes.
Se acerca a Jesús “un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme” (Marcos 1,40), y con ocasión de su curación, otros muchos “acudían a él de todas partes” (Marcos 1,45).
Así como está la iniciativa del enfermo, también la de los parientes, amigos, etc. que los llevan a Jesús: “Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados (Marcos 1,32).
A uno le toca atender ambas circunstancias: un feligrés que se va a operar y se acerca a la parroquia para recibir la Unción de Enfermos y antes confesarse –si lleva más de un año sin reconciliarse–. Otras veces son los familiares que llaman o se acercan a la parroquia para que el sacerdote asista a un enfermo.
Cuando voy a la dirección del enfermo, voy rezando para que esté consciente, porque casi el 80 por ciento no lo está. Gran alegría me da cuando los veo sonreír al ver el sacerdote, cómo cuentan su vida, cómo agradecen a Dios todo su amor y predilección hacia ellos. Con esa luz que les da la enfermedad, quieren saldar sus deudas con Jesús, haciendo una contrita confesión. Siempre al despedirme les veo su rostro enfermo con una gran alegría y serenidad: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado (Salmo 32(31), 1).
Recibir en el velatorio a un feligrés de mi parroquia que antes he atendido, me da una gran paz, porque termino el ciclo sobrenatural de mi gente, pero lamentablemente no todo depende del párroco. Hace unos meses una familia trajo a su abuela al velatorio. Como no los conocía en misa ni en el barrio, les pregunto si eran del sector: su abuela sí, pero ellos vivían ahora en Vitacura. Les pregunto: ¿fue de improviso su muerte?... Llevaba enferma muchos meses y en las últimas semanas se fue agravando. Pero si vivía a tres cuadras, ¿por qué no me llamaron cuando estaba consciente?... y cambiaron de tema.
¿Qué ocurre con nuestros pacientes, que viven su enfermedad sin la ayuda, la fortaleza y gracia de Dios? ¿Qué sucede con nuestros enfermos terminales que mueren en la más absoluta soledad? ¡Si ellos pueden mucho ante Jesús!: “Compadecido, extendió la mano y lo tocó…” (Marcos1,41).
Esta secularización y descristianización de nuestro país tienen un costo y lo pagan los ancianos y los enfermos. La ignorancia de sus familiares los hace concentrar su esfuerzo y energía en redactar despedidas interminables, contratar la funeraria y redactar la esquela… pero retrasan u olvidan que los atienda Jesús. Si está inconsciente el enfermo, el Señor puede hacer muy poco; en cambio, si está consciente, el enfermo recibe toda la “compasión” de Dios y llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mateo 25, 36).
El apóstol Santiago afirma: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor” (Santiago 5,14). Es un mandato el cuidado físico y espiritual de los parientes enfermos, seremos responsables ante Dios si de verdad son queridos.
“La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males” (Marcos 1,33-34). ¿Por qué curo a muchos y no a todos? Como los restantes sacramentos, la Unción no es mágica, necesita de las buenas disposiciones del enfermo, de una mínima comprensión del sacramento, depende de cuán consciente esté el enfermo en ese momento, etc.
Han sido tantos los testimonios y milagros en Lourdes, que a la Virgen María se le ha nombrado Patrona de los Enfermos. A ella acudimos para que todos los sacerdotes los sirvamos heroicamente y los familiares les acerquen el cariño y desvelo de Dios Padre: “Alégrense, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo los de corazón sincero” (Salmo 32(31), 11)