La matemática del asunto es simple; si su ingreso se estanca y las tasas de interés son más altas, la cuota mensual de la deuda se hace más pesada. Lo que es cierto para una familia también lo es para un gobierno. Por ello, como una verdadera “alerta fiscal” podríamos calificar el último pronunciamiento del Consejo Fiscal Autónomo (CFA). Su informe dice elegantemente que las nuevas metas del Gobierno en materia de gasto y deuda pública no aseguran la sostenibilidad fiscal de mediano plazo. En buen castellano, la plata se está acabando y los pesos que quedan se los gastará este gobierno; el próximo tendrá las arcas vacías.
La realidad es más o menos la siguiente. Después del gigantesco aumento de gasto en la pandemia, el exigente ajuste fiscal de 2022 no parece haber sido suficiente. El Gobierno va a tener déficits importantes en lo que queda de su período; bien calculado, el déficit estructural —jerga técnica para representar el exceso de gasto de un gobierno cuando se corrigen los ingresos que puedan resultar extraordinarios— fue cercano al 3% del PIB el año pasado, y para los siguientes dos años, la administración se comprometió a llevarlo, en promedio, a 1,5%. Esto es insuficiente para estabilizar la deuda en un país que crece tan poco.
El Ministerio de Hacienda plantea que, a partir del 2026, el gasto público no podrá crecer. Considerando que en la década previa creció casi 5% por año en términos reales, el reto se ve, por decir lo menos, cuesta arriba. Pero el CFA va un paso más allá. Aunque fuesen viables los supuestos del Gobierno, los números no dan y hay que ir un poco más rápido.
La solución del Gobierno es subir impuestos para recaudar más. Por ello quiere, en parte, destinar un 3% de la cotización previsional a un fondo común, lo que constituye un impuesto puro y duro. El problema es que estos impuestos, más los otros que se plantean, no tienen como destino mayor ahorro, sino mayor gasto. Así, el plan no apunta a acelerar el tranco. Y tampoco considera los efectos sobre actividad y empleo de los mayores impuestos. Si el escuálido crecimiento actual entra a la UTI con una fuerte alza de impuestos, será difícil salir del pantano.
El Gobierno está empujando en una dirección compleja. El esfuerzo de eficiencia fiscal es virtualmente nulo, y los llamados “gabinetes procrecimiento” palidecen al lado de cada iniciativa que busca poner al Estado en el centro de la salud, las pensiones y los recursos naturales. Con poco crecimiento y mucho gasto, se avecina un ajuste en pocos años.