Cada tiempo tiene sus propias lecturas, su música, su plástica. El tiempo de vacaciones también es arrastrado por sus afanes a veces difíciles de contener. Mann en “La montaña mágica” ponía a los enfermos del sanatorio a pasear, escuchar música, leer y ensoñar. Stendhal en su tiempo libre ojeaba reproducciones de las grandes obras de la pintura, la escultura y la arquitectura. Cualquiera hoy dispone de una selección fundamental de cine en su teléfono. Como sea, el tiempo de ocio corre el riesgo de perecer por la aglomeración de oficios que se le vienen encima. El ocio puede convertirse también para sí mismo en un negocio. El secreto es la levedad.
En épocas aparentemente espaciosas como esta, siguiendo el consejo de no pocos, me inclino por los libros fragmentarios, compuestos por textos breves, pensamientos pulidos largamente, comprimidos en pocas palabras, máximas, aforismos, estampas, ensayos breves. Son libros que no exigen una lectura completa, que pueden ser dejados sin ofensa, que pueden ser hojeados y entresacados con libertad, pequeños bocados de un caviar del pensamiento. Así, y lo transmito por si fuera de utilidad, prefiero la lectura bajo un árbol sombrío de los pensamientos de Joseph Joubert, un francés extravagante que vivió entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX. Joubert no publicó nada en vida, pero escribió una riquísima obra fragmentaria. En Chile se editó recientemente en ediciones Libros Tadeys, bajo el nombre de “Pensamientos dispersos sobre cosas importantes”, una selección y traducción en un libro que solo cabe agradecer. ¡Qué cortesía y ligereza de espíritu!
A veces resulta más difícil de justificar por qué un libro es bueno que por qué otro es malo. Joubert tiene la ventaja de que puede ser citado de modo que el lector puede formarse su propia opinión. Acá van algunos ejemplos azarosos de una pluma sobresaliente: “Escribir no solo con pocas palabras, sino con pocos pensamientos”; “Dar color y forma a lo diáfano y dar siempre transparencia a lo opaco”; “Quizás no haya consejo más importante que dar a un escritor que este: nunca escribas nada que no te haga sentir un gran placer”; “Hay que saber usar las palabras, y, también, prescindir de ellas”; “Es imposible volvernos sabios si solo leemos lo que nos gusta”; “Nada peor hay en el mundo que una obra mediocre que finge ser excelente”; “Solo se convence a los hombres de lo que ellos quieren. Basta, entonces, para disuadirlos hacerles ver que lo que en efecto quieren no es lo que creen querer”; “No eres en absoluto inocente cuando te dañas a ti mismo”; “Retírate frecuentemente a tu esfera, descansa en tu centro, sumérgete en tu elemento: un buen consejo, que debe ser recordado”.