Este columnista le debe mucho a Arturo Yrarrázaval, quien falleció a los 77 años producto de un infarto al corazón. Fue el primer decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, y quien me reclutó como el primer profesor de Derecho Civil allá por el año 1990.

Fue un excelente decano, incluso luego en la Facultad de Derecho de la UC, y más aún un brillante académico de Derecho Económico. Había cursado su licenciatura en Ciencias Jurídicas en la P. Universidad Católica de Chile cuyo título es de 1970, y fue presidente del Centro de Alumnos de la Facultad de Derecho. El mismo año obtuvo el título profesional de abogado. Posteriormente, accedió al master en Derecho Comparado de la Universidad de Nueva York (1974) y al doctorado en derecho en la Universidad de Yale (1976).

El profesor Yrarrázaval inició su actividad académica en la P. Universidad Católica de Chile como profesor de Derecho Económico, alcanzando la calidad de profesor titular de dicha cátedra en 1983. Además de sus cursos de pregrado, impartió clases en el Magíster en Derecho de esa Facultad y en el Programa de Negociación.

Fue el primer decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, a quien le debemos mucho todos los académicos que fuimos reclutados como profesores por esa autoridad. Fue en septiembre de 1989 cuando aceptó el encargo y se puso a trabajar en los programas de los primeros cursos de la Facultad en conjunto con Juan Ignacio González, quien en ese momento era laico, si bien numerario de la Prelatura del Opus Dei, y hoy obispo de San Bernardo. Fue decano del año 1990 a 1996; aunque no era miembro de la Prelatura, era sí un convencido católico.

Este columnista le debe mucho a Arturo Yrarrázabal, ya que fue él quien me propuso comenzar como profesor de Derecho Civil en el segundo año de la Universidad de los Andes, en 1991. Tengo una anécdota: yo le pedí trabajar con un maestro de Derecho Civil en la Universidad de los Andes, y que resultó ser un gran académico, don Guillermo Pumpin, pero durante ese verano le vino un alzhéimer terrible. Arturo me dijo que debía comenzar las clases del primer semestre.

Siempre fue una autoridad muy atenta y una persona cariñosa, afable y servicial, con muchas virtudes que provenían de su profunda fe cristiana. Lideró la Fundación Irarrázabal por más de 20 años, junto con su estudio, que gobernó junto a Francisco Ruiz Tagle y que llevaba por nombre Yrarrázaval, Ruiz-Tagle, Ovalle, Salas & Vial.

A los 30 años de la Facultad, nuestro primer decano expresaba lo siguiente: “La elección de la sede corrió por parte del rector y su equipo, quienes eligieron la casona de General Bustamante 86. Cuando la vi por primera vez, especialmente por dentro, no la imaginé para nada como sede de la Universidad, ni menos de su primera Facultad, la de Derecho... En materia de profesores no nos podíamos equivocar, debíamos encontrar grandes profesores para que iniciáramos bien esta gran aventura académica. Después el desafío era con los alumnos, deberíamos convencerlos para que nos acompañaran. Convocamos a varias reuniones en la sede Bustamante, donde trabajaban los maestros entre mucha suciedad y ruido. Faltaban horas para que empezáramos con las primeras clases y todo seguía sucio como cualquier obra en construcción. Llegué a hacer mi primera clase un lunes de marzo y encontré todo precioso”.

Repito las palabras de nuestro rector, José Antonio Guzmán: “Fue un gran profesor, que creyó en la Universidad de los Andes cuando no era más que un proyecto y puso todo su talento para sacarla adelante. Le debemos mucho”.

Esta columna es un homenaje a Arturo Yrarrázaval Covarrubias (q.e.p.d.), quien fue una persona de mucha fe y grandes talentos y que formó una familia con su mujer, que ahora ha quedado viuda: Virginia, y sus hijos y nietos.