Tras 17 años, en el marco de un torneo amistoso ante Everton, Arturo Vidal volvió a vestir la camiseta de Colo Colo en una cancha.
Fue, sin duda, el foco de atención mediática y popular y no hay que ser muy avispado para entender por qué: Vidal ha sido una figura de nivel internacional en los últimos años, es para muchos (y este columnista se anota como uno de ellos) que creen que es el mejor futbolista chileno de la historia, y no hay duda de que su personalidad alienta idolatrías y también críticas, lo que lo hace un personaje relevante. O al menos, uno que no provoca indiferencia.
Centrar el debate sobre si su regreso al fútbol chileno —a Colo Colo, su club, en específico— es parte de su plan de retiro del fútbol es una necedad. Porque claro que lo es. Vidal tiene 36 años y si bien puede darse la posibilidad de que salga una vez más del país —hay ligas asiáticas que están en el plan de llevar figuras de renombre sea cual sea su edad, porque requieren de focos mediáticos, y que pagan muy bien—, es un hecho que Vidal siente que la decisión que tomó se enmarca en una idea de forjar su camino hacia el abandono de la actividad profesional.
El tema más bien, entonces, es anticipar si Arturo Vidal, en este último tramo, será una figura excluyente y relevante que hará que su equipo logre cosas importantes y que el fútbol chileno gane en calidad como producto.
Algunos despistados han señalado que no hay que hacerse grandes ilusiones porque Vidal “no llega a Chile en su mejor momento”. La torpeza del argumento es obvia: ningún jugador que ha llegado a brillar en el ámbito internacional —ninguno— regresó a Chile en su mejor momento. Ni Carlos Caszely, ni Elías Figueroa, ni Iván Zamorano ni Marcelo Salas, ni Humberto Suazo ni muchos otros que se pueda recordar retornaron en su peak, simplemente porque, de haberlo hecho, sin duda habrían desaprovechado las oportunidades que tuvieron cuando lucían sus mejores formas.
Vidal, eso sí, tal como los anteriormente nombrados, realiza su plan de retorno con ambiciones personales. Quiere ganar títulos. Desea elevar la categoría de su equipo. Sueña con pasar al siguiente nivel competitivo internacional.
Y eso hace que su regreso sea una gran noticia.
Entendido eso viene, entonces, el segundo punto en la escala de interrogantes: ¿De qué jugará Vidal? ¿Cuál será su rol en este Colo Colo versión Almirón? ¿Será una pieza más del engranaje o un farol que concentrará la atención por sí mismo?
Está por verse. Uno se lo imagina, en este punto de partida de su regreso, como un mediocampista adelantado, más cercano al área rival que a la propia, haciendo paredes, filtrando pases, pero también rematando. Con una voz potente en el camarín y en la cancha. Con despliegue y amor propio. Acertando y errando en proporciones muy diferentes.
Eso debe esperarse del retorno de Arturo Vidal.
Compararlo con otros regresos, denostarlo simplemente por su edad, sacar a la palestra que sus últimos años no fueron tan buenos como cuando jugó en Juventus, Bayern Munich o Barcelona, o cuando ganó con Chile dos Copas América, es una majadería y una necedad absurda.
Yo soy el que soy, dice Vidal. No le demos más vueltas.