La relectura veraniega de las obras de Gonzalo Vial me ha puesto de frente con esta verdad terrible: “Un país está en decadencia cuando experimenta dificultades graves en mantener y hacer funcionar su sistema político social”, escribió el notable educador.
¿Podría alguien razonablemente sostener que hoy Chile no está en esa situación? ¿No son los conflictos, por ejemplo, de todas las fuerzas políticas contra todas, del narcoterrorismo contra la paz social, de la pésima educación contra la búsqueda de la plenitud humana —entre muchos otros— manifestaciones diariamente palpables de nuestra decadencia?
Las fracturas visibles en tantos planos de la vida de la patria muestran que sigue ausente la unidad nacional. Gravísimo porque, de nuevo en palabras de don Gonzalo, “un país no puede vivir sin unidad nacional; si la pierde, andará a tumbos hasta que la recomponga… si no la reconstituye entrará en decadencia; y si la falta de unidad nacional, y la consiguiente decadencia, se prolongan demasiado, vendrá el colapso postrero del régimen que no supo operar esa reconstitución”.
Operar la reconstitución, restablecer consensos, pero en la máxima profundidad del término, es decir, acuerdos “con sentido”. Vial nos dice que “el consenso supone un conjunto de ideas sobre temas básicos, de fondo, que son compartidas por la inmensa mayoría de los chilenos, y que esta considera intocables… inmodificables”.
Inmensa mayoría… ahí comienza el problema de la reconstitución de la unidad nacional. No existe esa “inmensa mayoría”, pero lo más parecido ha sido el Rechazo del 4 de septiembre de 2022. Numéricamente, fue una muy amplia mayoría (62%), y cualitativamente, fue una expresión clara de apoyo a ciertas dimensiones de la vida nacional que, por contraste con la propuesta constitucional del momento, se consideraron intocables, inmodificables.
Más allá de cuestiones políticas o económicas, lo que esa mayoría tácitamente refrendó fueron criterios que Vial llama de “moral social, es decir, las conductas que favorecen la estabilidad y progreso de la sociedad”.
Por supuesto, no tengo manera estadística de probar que así fue, pero sí pueden abonarse a la tesis los rechazos de “inmensa mayoría” que han suscitado los casos Peso Pluma y “El lenguaje no alcanza”. Pocas veces se ha visto un repudio más generalizado respecto de conductas que dañan “la estabilidad y progreso de la sociedad”, diría don Gonzalo. Detrás de esas reacciones, no solo hay una esperanza, también hay una señal sobre el camino que debe seguirse.
Por eso, cuando en estos días se discute sobre la tarea formativa que correspondería a las universidades para ayudar a superar las dimensiones negativas de la polarización, lo que corresponde es determinar el núcleo conceptual a partir del cual puedan discutirse esas “conductas que favorecen la estabilidad y progreso de la sociedad”.
Recuerdo haber participado, unos 15 años atrás, en una mesa redonda en la Universidad de Chile, y ante mi referencia a “la naturaleza humana”, haber recibido el enérgico rechazo de una profesora que sostuvo simplemente “que esa realidad no existe”. Bueno, si es así, estamos perdidos; si es así —por ejemplo—, no habrá motivo para decidir que hubo faltas graves en las tesis sobre pedofilia, escritas en esa misma corporación; si no existe la naturaleza humana, ¿qué razones habría para moderar la polarización? ¿No sería acaso mejor dejar que fluyera la guerra de todos contra todos?
Está en el ambiente ese anhelo de unidad nacional bien fundada, y están las posibilidades del diálogo racional sobre la naturaleza humana. Todavía puede revertirse la decadencia, pero nos queda poco tiempo.