Jesús inauguró su predicación en Galilea con estas palabras: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos, 1, 15). Esta llamada sigue resonando hoy en la vida de los cristianos: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Marcos 2, 17).
¡Pero, Padre!, ¿cómo usted habla de conversión?, ¿no es pretencioso?, ¿¡no es no ponerse junto al otro… sino sobre el otro!? Conversión es comenzar reconociendo que hay una única alternativa: ¿cómo vamos a construir puentes con esa actitud tan poco evangélica y abierta?
En tiempos de Jesús, usaban el término “evangelio” los emperadores romanos para sus proclamas, eran esas “buenas nuevas” o anuncios de salvación. Esta palabra asume un sentido fuertemente crítico al aplicarla a la predicación de Jesús: “Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo” (Benedicto XVI, 27-01-2008).
Nuestra vida comienza con una conversión y se mantiene con las sucesivas conversiones, lo recuerda el Miércoles de Ceniza: “Conviértete y cree en el evangelio”. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que Jesús cuando se acerca a una persona, su intención última –el fin– es su conversión, porque Él es el Camino para ser feliz. Él es la Verdad que nos libera y Él es la Vida con mayúscula: el mayor bien para uno es Él mismo.
La antropología cristiana nos dice que el fin es lo primero en la intención y lo último en la ejecución: lo primero que se busca y lo último que se consigue. Conversiones inmediatas, casi instantáneas –como recordamos el 25 de enero con San Pablo–, no es lo normal: se necesita oración, penitencia, constancia y caridad.
El Papa Francisco nos ha venido insistiendo en la caridad y sobre todo en los alcances concretos de la misma: ternura, amistad, cariño, perdón, tiempo, etc. para decir la verdad. Subyace aquí la relación –no antagonismo– entre ambas.
Me parece que el gran desafío pastoral de todo bautizado en la reevangelización de nuestro país, es hacer realidad esta relación caridad-verdad. Hoy lo dice muy claro Jesús: “Vengan en pos de mí” (Marcos, 1, 17), es decir, un camino, una verdad y una única vida feliz. Él no se considera una alternati
va más del mercado de las religiones. ¿Cómo ser fiel a la enseñanza de Jesús de un modo amable, comprensivo, cariñoso, etc.?
Pero, Padre, le puse mucho empeño: recé por mi amiga, intenté ser sugerente, cuidé las formas, etc., e igual se sintió juzgada, discriminada, etiquetada, rechazada cuando le comenté la enseñanza de Jesús. ¿Qué hago?, ¿evito lo que no comprende?, ¿me salto lo que no le gusta?, ¿lo dejo como si fuera “mi verdad”, mi “opinión” y no la vida de Jesús? Si busco, como Jesucristo, su conversión, ¿esta puede ser a costa de la verdad?, ¿cómo lo hacía Él?
Hoy vemos en el evangelio que estos hombres se convierten y responden positivamente a Jesús: “Dejaron a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él” (Marcos, 1,20), pero esto no fue así con “todos”, sino con “muchos” como nos recuerdan las palabras de la consagración del vino para que se convierta en la sangre de Jesús en la Eucaristía.
¿Todos se convirtieron, respondiendo al llamado de Jesús? Con dolor tenemos que decir que no: el otro ladrón en la Cruz, Judas Iscariote, el joven rico, no pocos paisanos de Nazaret, etc. No los juzgamos, pero no hay testimonio de su conversión en los textos… ellos decidieron otra cosa.
No olvidemos que la libertad del hombre es real y que sus malas disposiciones, la ignorancia, los pecados personales, etc. afectan e influyen en el mal uso y abuso de la libertad, convirtiéndose en un obstáculo insalvable para la misericordia y amor de Jesús.
Por humildad –que es andar en la verdad– no queramos ser más que Jesús; llegar donde Él no llegó; alcanzar los éxitos que Él no consiguió, porque así presentamos la verdad y la caridad como antagonistas. Vivamos con caridad y verdad nuestro amor a Jesucristo y admitamos que el discípulo no puede superar en su “éxito pastoral” al maestro: es una trampa una caridad a costa de la verdad: el acto de amor-caridad más grande es la verdad completa: Jesucristo.