“Grecia no es Irlanda”, exclamó enojado el ministro de Finanzas helénico en noviembre de 2010, argumentando que su sistema financiero era más fuerte que el irlandés. La airada reacción era respuesta a una declaración de su par irlandés, quien pocos días antes había aducido que “Irlanda no es territorio griego”. Con pocos meses de diferencia, ambos países estaban sumidos en sendas crisis económicas. Es que el caos desatado en Grecia a comienzos de 2010 no solo dio inicio a la llamada “crisis del euro”, sino también a una temporada de declaraciones y frases para el bronce donde los unos buscaban diferenciarse de los otros.
Siguiendo con esta estrategia, el primer ministro portugués José Sócrates manifestó con convicción que “no existía ninguna relación” entre su país y Grecia, recibiendo el valioso apoyo del secretario general de la OCDE, quien aseguró que “ni España ni Portugal son Irlanda”. No pasó un año, y Portugal estaba sumido en una crisis de proporciones, con el Fondo Monetario Internacional sentado a la mesa.
Que el problema llegara a España era otra cosa, por su tamaño y su historia. Por eso, preocupado del contagio, el Presidente socialista Rodríguez Zapatero buscó calmar a los mercados, y su secretario de Hacienda manifestó a fines de 2010 de manera categórica que “España no es ni Irlanda ni Portugal”. Pocos meses después, tuvo que tragarse sus palabras cuando la crisis había inundado la península ibérica.
¿Qué hizo que estas comparaciones tuvieran un final tan malo? ¿Pura coincidencia? Existen dos tipos de crisis económicas. Unas resultan de “malos fundamentos”, donde el deterioro institucional y las malas políticas públicas llevan inevitablemente a una situación de crisis. Aunque la foto de un momento no se vea tan mala, la dirección equivocada conduce inevitablemente al despeñadero, a no ser que un golpe de timón le tuerza la mano al destino.
Otras crisis dependen de “señales”. Hay países muy fuertes donde la estabilidad está asegurada y otros que viven sumidos en crisis, pero existen algunos que viven en un equilibrio intermedio. Inestable. En estos casos, eventos fortuitos o malas señales pueden alimentar la especulación y modificar la correlación de fuerzas, causando una crisis. Así, dos países “iguales” pueden terminar en situaciones opuestas dependiendo de las señales que reciban las personas. Si el deterioro de las expectativas es grande, la crisis es simplemente una profecía autocumplida. Aquí, lo clave es evitar entregar señales que den la impresión de injustificada tranquilidad, de descontrol o de incompetencia.
Hay buenas razones para pensar que estas explicaciones son también válidas para entender otros conflictos sociales.