Me he preguntado antes en este espacio por las consecuencias neurológicas de la pandemia, seguramente mayores de lo que pensamos, y que han afectado tanto a quienes se contagiaron como a los que no.

Pero tales consecuencias no son la única explicación de los excesos en algunos comportamientos ni las desmesuras en todo tipo de análisis e interpretaciones. Incluso poniendo el covid entre paréntesis, el mundo anda ciertamente mal (bueno, como casi siempre), y no se puede descartar que las hipócritas e interesadas guerras territorialmente focalizadas del último tiempo pasen a algo de mucho mayor alcance. Abundan los gobernantes que se vanaglorian de su carácter guerrero y de una disposición belicosa propia de auténticos matones, mientras los organismos internacionales, tan escuchados si dan consejos financieros a los gobiernos, muestran una pasmosa debilidad cuando lo que está en juego no es la economía, sino la vida de millones de víctimas y desplazados.

Por otra parte, las neurociencias y sus aplicaciones, de la mano con el progreso de la IA, junto con el bien que significan, alertan a cada instante del mal uso que podría hacerse de ellas. No deja de sorprenderme la cantidad de coetáneos que cierran los ojos ante la IA y la consideran tan de ciencia ficción como hasta hace muy poco pensaban también, erróneamente, de las neurotecnologías que son habilitadas por las neurociencias. Tal vez crean que nada de eso les va a tocar a ellos en razón de su avanzada edad y se resisten a considerar seriamente lo que hace rato está pasando en esos campos. Por la misma razón se niegan a pensar en una economía mundial distinta de la abiertamente irracional que tenemos hoy. Entonces, miran para el lado, se desentienden, y en ocasiones hasta dan respiración boca a boca a un capitalismo financiero que saben que tendrá que ser reemplazado por otra economía, pero que esta llegará cuando ellos no se encuentren en este mundo.

Bajando al caso concreto de nuestro país, la desmesura se nota en el lenguaje exagerado que utilizamos a diario. Levantar un poco la voz es considerado una agresión; violencia hacer un gesto de impaciencia en medio de una conversación; insurrección protestar en la vía pública; acoso laboral cualquier orden que se imparta en el trabajo; maltrato a los estudiantes si un profesor califica mal una prueba; y similar maltrato a un comerciante cuando se le exige la boleta por la compra que acabamos de hacer. Abuso también pedirle a un niño con sobrepeso que pare de comer o a otro que deje de joder con la pelota.

En el campo político se está exagerando todos los días: si un gobierno no quiere ser de mera administración y se propone algunos cambios, es inmediatamente acusado de amenazar la identidad y tradiciones de Chile. Un gobierno simplemente reformista es motejado de transformador, uno transformador de refundacional, y uno refundacional de revolucionario. Hemos perdido la capacidad de distinguir y todo se magnifica. Si un cambio cualquiera no te gusta, denúncialo como refundacional y listo. Una mala palabra es injuria y los habituales conflictos entre distintos grupos de interés son presentados como una fatal y extendida polarización de la completa sociedad chilena. Además, las crudas pugnas de intereses de clase o sectoriales son disfrazadas con grandilocuentes palabras: “ideas”, “principios”, “valores”.

Estamos exagerando, y los actores políticos, casi siempre más interesados en sus carreras personales que en el bien del país, llevan en esto la voz cantante, mientras los medios, cuya pauta diaria es la anormalidad, corren con sus cámaras y grabadoras hacia cualquiera del que se pueda esperar una pachotada.

Bajar un poco las revoluciones: ese es mi candoroso deseo público para 2024, no obstante que tendremos nuevas votaciones populares y todos los sectores políticos harán lo de siempre: soltar los perros.