En junio del año pasado escribí sobre Alfredo Aceituno en esta columna, quien había publicado su autobiografía tres años antes, cuando tenía 93. Aparecía en esa nota junto a Humberto Ahumada, otro de los más respetados viejos estandartes del periodismo de deportes chileno, que ahora lo sucede como decano de esta especialidad periodística.
Y es a él, a Humberto, a quien le debo este apunte sobre Alfredo: “Un experto en vóleibol, exjugador y gran técnico, Chorugo Martínez, me dijo: ‘Sin Aceituno no habría habido vóleibol en Chile'”. No creo que en otro deporte se cite a un periodista de esta forma tan contundente. No habría habido vóleibol en Chile. Tal cual. Pero nunca se habrá escuchado alguna autorreferencia elogiosa de labios de Aceituno. Nada más alejado de su forma de ser.
No fue solo el vóleibol una afición de Alfredo, fue también cultor entusiasta del fútbol y del rugby. De su adolescencia recordaba con afecto a Luis Tirado, quien lo dirigió como alumno seleccionado del Instituto Nacional. También le gustó la natación y esta aptitud multideportiva la atribuía al hecho de haber vivido de niño y joven cerca del Stade Français.
Empezó su carrera periodística en Las Últimas Noticias, cuna de grandes plumas, con su columna “Fletadas”, que escribía junto con sus labores en la Compañía Inglesa de Vapores (la Pacific Steam Navigation Company), donde se desempeñó por años y donde alimentó sus deseos de conocer el mundo. Cuando llegó el momento de decidirse por una carrera, su padre le encomendó hacerse cargo de una agencia de viajes que él había creado en Buenos Aires. Allá residió durante cuatro años, paseando a chilenos por los deportes, las artes y los espectáculos de la gran urbe, entonces una de las capitales culturales del mundo.
Dentro de Chile viajó bastante. En Temuco hasta fue actor (galán en una obra que paseaban por ciudades del sur) y en Concepción conoció a Nibaldo Mosciatti, padre de los actuales propietarios de la radio Bio-Bio. A “El Mercurio” llegó, curiosamente, para comentar rugby, por la enfermedad del encargado y por la inminencia de un sudamericano. Y allí partió su carrera mercurial, que habría de llevarlo a la jefatura de Deportes tras la jubilación del “Piti” Moreno. Fueron más de 20 años en el diario.
El anecdotario de Alfredo Aceituno es inagotable, tanto como las circunstancias que fueron marcando los episodios centrales de su vida y sus aportes al deporte chileno y al periodismo.
Sin embargo, su mejor herencia social está en su personalidad y su carácter.
Así es como lo recuerda su amigo Humberto Ahumada: “Un profesional de excelencia; absolutamente responsable; amigo afectuoso, recto y franco; gran compañero de viaje; serio, pero con amplio sentido del humor”.
Su herencia familiar creo conocerla: les heredó a sus hijos el gen de la gratitud, tan valioso y tan difícil de encontrar.