El fallecimiento de Henry Kissinger, activo, leído y escuchado hasta los 100 años, generó una ola de comentarios, incluso en nuestro medio. El éxito convoca críticas y su posición estaba imantada de arduas decisiones; su éxito académico previo le había otorgado algunos ademanes de arrogancia. De las críticas que le llovieron, me voy a referir a tres.
Primero, ante el Chile de la Unidad Popular. La Casa Blanca, ofuscada, alentó entre otras medidas un golpe de Estado que culminó con la tragedia del atentado al general Schneider, a pesar de que, una semana antes, HK había ordenado retirar el apoyo. Los chilenos no le hicieron caso. Después apoyó a la oposición en Chile y envió señales a los militares de que les asistiría si tomaban el poder. Tras el Golpe, ayudó limitadamente al régimen hasta que Chile se convirtió en papa caliente en Washington. Esto no era ajeno al hecho de que los propios chilenos de todo pelaje antes del Golpe habían pedido ayuda non sancta a gobiernos extranjeros que creían amigos o modelos. Era la razón de por qué la URSS, Alemania comunista y la Cuba de Castro apoyaban a sus aliados o seguidores dentro de Chile, no precisamente para fortalecer una democracia.
Segundo, la Guerra de Vietnam. No la produjeron Nixon y Kissinger. La heredaron. Desde 1968 los norteamericanos ya no apoyaban la guerra, y Nixon se había comprometido a terminarla; a la vez, no era unánime la idea de simplemente salir de Vietnam con la cola entre las piernas. De ahí que HK y Nixon respondieron con la “vietnamización”, que apoyarían un tiempo más al gobierno de Vietnam del Sur, pero este debería asumir paulatinamente las responsabilidades militares mientras EE.UU. retiraba las tropas. La historia terminó mal. A nadie se le ocultó al final que Washington se equivocó con la guerra, que tuvo una larga prehistoria entre 1941 y 1965, y se culpa a HK por el desperdicio de la vida de 25 mil jóvenes norteamericanos en este período. La derrota tuvo mucho que ver con la crisis política y cultural dentro de EE.UU. a fines de los 1960 y en especial por Watergate.
La tercera acusación contra HK tiene que ver con el genocidio de Camboya. ¡Como si él lo hubiera ordenado! Fue el régimen de Hanoi el que por más de una década usó el territorio de Camboya para infiltrar tropas en el sur, sin que el gobierno de Camboya dijera nada. HK ordenó un bombardeo secreto de esa zona sin notificar al Congreso (posible transgresión constitucional), mas el gobierno camboyano tampoco levantó la voz; mutis por el foro. Fue la derrota de Saigón y de Washington la que desató el genocidio.
¿Cuál fue el mérito de HK? Con destreza inigualable, en momentos de crisis en EE.UU., supo transformar la relación entre las grandes potencias, donde junto a la dura competencia había un espacio de colaboración y de creación de intereses comunes. Fueron los años de los grandes acuerdos en limitación del peligro de guerra. Mantuvo lo fundamental para que en la configuración del orden mundial en lo posible tuvieran la voz cantante las grandes democracias desarrolladas, la mejor esperanza de una civilización en la modernidad. En la obra y su discurso hay pocas referencias a los principios democráticos; pero actuó como si supiera que es lo decisivo.
Y el Kissinger por excelencia: “Cierto, la responsabilidad fundamental de un estadista es hacerse cargo de los intereses de su propio país. Pero el más sabio de ellos, y en el largo plazo el más exitoso, entiende que los únicos acuerdos que están destinados a perdurar son aquellos en los cuales la otra parte también encuentra su propio interés”. “Al final, el manejo de crisis es un manejo de imperfecciones y no uno de soluciones ideales”.