Tiene razón el ministro Marcel cuando, junto con el cambio de año, da por cerrado un ciclo de inestabilidad de cuatro años. La discusión constitucional está apagada, y aunque algunos estén pegados al calendario esperando revivirla, el país parece haberse convencido de que ese no era el problema. Enhorabuena. Además, la economía ha concluido buena parte del ajuste de gasto luego de la pandemia, con lo que la inflación y las tasas de interés van camino a normalizarse. Estas son buenas noticias.
Terminado un proceso, empieza otro. De ahora en adelante, aparecerá en gloria y majestad el nuevo Chile. ¿Cómo será? Todo parece anticipar que de crecimiento bajo. El Banco Central lo estima en 2,3% por año hasta 2028, y 1,9% para toda la próxima década. En 2019, este número se estimaba en torno a 3,4%, lo que muestra que el debate constitucional, los discursos refundacionales y las malas políticas no pasan en vano.
En lo coyuntural, el fin del ajuste nos encuentra con una actividad económica que definitivamente no está boyante, pero tampoco en caída libre; más bien, en un discreto plateau. Esta llanura es anticipatoria de lo que viene; salvo que las condiciones externas se tornen muy positivas —lo que no se visualiza en el horizonte—, el nuevo Chile está seteado para crecer un 2%.
A este ritmo, la pobreza difícilmente retrocederá. Veamos. Históricamente, una buena aproximación para el crecimiento de la masa salarial —esto es, la platita que se lleva la gente para la casa— es el crecimiento del PIB. ¿Para qué alcanza un crecimiento anual de 2%? Alcanza para absorber el 1,2% de crecimiento poblacional de los últimos 10 años y para un crecimiento de los salarios de 0,8% por año. Como se espera que el crecimiento de la población se desacelere a 0,7% por año, los sueldos podrían crecer al 1,3% anual.
Pero, ojo. Parte del daño producido estos años se refleja en los 350 mil empleos perdidos en comparación con la tendencia pre-2019. En otras palabras, además de absorber a los nuevos entrantes, la normalización del mercado laboral en cinco años requeriría ofrecer trabajo a los rezagados, lo que equivale a un crecimiento del empleo total de 1,5% por año, ¡gran noticia!, pero a cambio de un aumento de sueldos de 0,5% por año, ¡mala noticia! Es que a este ritmo la cosa no da.
El pasado ya fue, por lo que el esfuerzo debe estar orientado a torcerle la mano al destino. Para ello se necesitan políticas y convicción. Por ahora, ninguna de las dos abunda. La agenda laboral del Gobierno no tiene medidas que dinamicen el empleo, y la propuesta de pensiones profundiza el problema. Mientras la lógica que domine sea eminentemente redistributiva y con poca consideración de los incentivos que ello genera, el ritmo se mantendrá cansino, como nos diría el gran JM.