Yo pensaba que el desprestigio de los políticos era injusto, que era producto del negativismo —tóxico, envidioso— de las redes sociales y los matinales, aquellos que con frivolidad van minando nuestra institucionalidad democrática. Pero de a poco he tenido que admitir que el comportamiento de nuestros políticos es bastante deplorable. Hace ya por lo menos cinco años.
Ni hablemos del estallido en que políticos de izquierda, con flagrante oportunismo, se aprovecharon de la violencia, y otros de derecha, incapaces de autocrítica, abandonaron a su propio gobierno, convirtiendo a su propio Presidente en chivo expiatorio. Ni hablemos de los vergonzosos retiros de los fondos de pensiones. Tampoco de la fe que tenía el gobierno de Boric en una constitución identitaria que eliminaba contrapesos al poder, abriendo el paso a una cuasi dictadura chavista, que los ministros aguardaban con ansiedad para poder implementar su programa refundacional. Hablemos solo de los últimos meses.
Desde ya, de la constitución propuesta por los republicanos, aliados con Chile Vamos. Es cierto que hubo intentos de Chile Vamos de moderarla, de eliminar el “quien” y restituir el “que” por ejemplo. Vergonzosamente la izquierda en el Consejo no votó por esa restitución, para no perder la oportunidad de rasgar vestiduras ante el “retroceso civilizatorio” que el “quien” les imponía a las mujeres. Por otro lado, pocos en la izquierda han apoyado las valiosas reformas al sistema político propuestas, aquellas que condujeron a que, a pesar de todo, muchos votáramos a favor. El país las necesita, porque si seguimos con tanta fragmentación parlamentaria, esa que facilita el infantilismo voluntarista de tantos políticos actuales, terminaremos como Estado fallido, a la merced de peligrosos caudillos.
En realidad, casi ningún político estuvo a la altura de lo que es forjar una nueva constitución. Con razón un amigo español, involucrado en esa exitosa constitución española que cumple 45 años mañana, me manda por WhatsApp el siguiente mensaje: “a distancia seguimos tus avatares constitucionales. Por lo que me llega tus paisanos no saben que las constituciones tienen que ser equilibradas”.
Que eso no lo sepa la ciudadanía es entendible. Que no lo sepan —o peor, que lo sepan y lo ignoren— los políticos es imperdonable. Usar una constitución para imponer ideologías propias es un gravísimo abuso. Es engañar a la gente, aprovecharse de su ignorancia.
Después del plebiscito, las cosas no mejoran. ¿Qué es lo primero que se les ocurrió a los políticos de derecha? ¿Aprendieron algo? ¿Se pusieron a trabajar en un gran programa de gobierno para sacar el país del atolladero? No. Se les ocurrió hacerle un juicio político al ministro Montes. Dicen que es lo que “ellos” hacían cuando estaban en la oposición. Craso error de criterio, porque la conducta odiosa y vengativa de “ellos” es la mejor razón para no repetirla, para diferenciarse mostrando nobleza y generosidad.
En cuanto al Gobierno, su comportamiento post-plebiscito ha sido igualmente lamentable. Interpreta el resultado a su antojo. Cree que marca adhesión a reformas tributarias y de pensiones que en realidad pocos apoyan. Muchos más creen que van a acentuar nuestro estancamiento económico. Y con una arrogancia casi surrealista, el Gobierno cuestiona la ética de la oposición por no apoyarlas. Para qué hablar de lo pasmado que se muestra ante las crisis de salud, educación y empleo.
Si la ciudadanía ha rechazado dos propuestas partisanas de constitución uno pensaría que es porque, a diferencia de las élites políticas, es moderada y quiere que haya acuerdos. Por lo que uno pensaría que ha llegado la hora para que los políticos centristas que todavía hay en Chile empiecen a golpear la mesa. Sean de centroderecha o de centroizquierda. Ojalá salgan buenos candidatos de esos sectores. Candidatos que nos ofrezcan una política de más calidad en 2024-5, y que lleguen a ocupar el poder en 2026.