Hemos pasado más de diez años con el tema de una nueva Constitución, desde que la Presidenta Bachelet en su segundo gobierno propuso un proceso constituyente con cabildos y un comité de asesores, y presentó un proyecto de nueva Constitución a fines de su segundo gobierno, el 2018.
Luego vino el estallido social en octubre de 2019 y Sebastián Piñera tuvo una tremenda derrota al encauzar un segundo proceso constitucional y renunciar a la Constitución de 1980, reformada en 1989 y en 2005, mediante un acuerdo constitucional que incorporó a la Constitución varias normas para aprobar una Convención Constitucional, que se salió de sus casillas y terminó redactando un texto refundacional.
Luego de que el Presidente Boric fuera derrotado en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, con un rechazo del 62%, se inició un nuevo proceso, con doce bases consensuadas, y el Comité de Expertos propuso un texto bastante razonable.
Pero, como en el Consejo Constitucional los republicanos sacaron mayoría, redactaron una constitución que reflejaba los valores de la derecha y no los de la izquierda, por lo que no debe asombrar que la izquierda completa votara en contra y más aún personas de la derecha extrema, como Rojo Edwards, Teresa Marinovic y Gonzalo de la Carrera.
Estamos ante una ciudadanía que está hastiada y ofuscada con toda la clase política, y que no quiere saber más de nuevas constituciones, y prefiere quedarse en la vigente, que ya ha tenido varios cambios, sobre todo por la reforma del expresidente Ricardo Lagos del año 2005.
Más aún si se han aprobado reformas constitucionales que han reducido los quorum para la reforma constitucional a los cuatro séptimos de diputados y senadores en ejercicio y también se han reducido los quorum para las leyes interpretativas de la Constitución a cuatro séptimos, y para las leyes orgánicas constitucionales y de quorum calificado, que necesitarán para su aprobación o reforma de la mayoría absoluta de los diputados y senadores. Todo esto, por las leyes de reforma constitucional Nº 21.481 y Nº 21.535, de 2023.
Lo que revela el reciente plebiscito es que la ciudadanía está cansada de plebiscitos para aprobar nuevas constituciones, por lo que un 55,76% votó en contra del texto propuesto por la derecha, mientras que la opción A favor obtuvo solo un 44,24%, con 13.014.963 votantes, de los cuales fueron nulos 480.730 y blancos 169.921.
De esta manera, es posible reformar la Constitución vigente por quorum que no son exigentes, y más aún si tenemos que las leyes de quorum calificado u orgánicas constitucionales han visto reducidos sus requisitos de aprobación. Resulta curioso que los diferentes partidos de la izquierda, así como el Partido Comunista, hayan pensado que la Constitución de Pinochet era la de Lagos y que era importante dejarla como constitución vigente, y que rechacen desde ya ir hacia otro proceso constitucional.
Michelle Bachelet declaró que lo malo es mejor que lo pésimo y que el nuevo texto constituía un retroceso para los derechos de las mujeres. Dijo que “me llama la atención que cuando todos los expresidentes hombres han dado su opinión, nadie criticó; a la única que me criticaron es a mí, ¿habrá machismo de por medio?”. Pero no advirtió que el expresidente Ricardo Lagos era también hombre y se decantó por el “En contra”. En esto Bachelet se equivocó medio a medio.
Estamos ante un inmenso hastío con la idea de que la Constitución es la madre de todas las buenas ideas y reformas que podrán considerarse como soluciones a los miles de problemas con que lidia la ciudadanía, empezando por la seguridad contra la delincuencia, el problema de la migración, las listas de espera en salud y la crisis de las isapres y las magras pensiones, solo por poner algunos temas.
Nada de esto se soluciona con una nueva Constitución del signo que sea, si derechista o izquierdista.