El Consejo de Presidentes de la ANFP —ese ente indómito, acuoso, y con tintes bananeros que decide los destinos del fútbol chileno— acaba de determinar que, a partir de esta temporada, los equipos de Primera División podrán tener seis jugadores extranjeros en sus planteles, todos los cuales podrán estar al mismo tiempo en la cancha. Es decir, se dará la posibilidad de que, en muchos partidos, más de la mitad de una oncena esté compuesta por jugadores foráneos.
La idea, aparte de quienes la votaron y aprobaron, no le gustó a nadie. El presidente de Cruzados salió de inmediato a decir que la UC votó en contra, luego de ser fustigado en X (o exTwitter, medio de referencia del dirigente); el Sifup y el Colegio de Técnicos emitieron sendos comunicados (método comunicacional a la antigua), y una pila de comentaristas y opinólogos salieron a rasgar vestiduras por la determinación con la intención manifiesta, en la mayoría de los casos, de transformarse en paladines de la justicia futbolera para hacerse de los aplausos fáciles de la galería.
Poca sustancia entre los defensores y los atacantes de la medida. Mucho eslogan vacío.
Entre los primeros, está claro que la determinación de elevar el número de extranjeros por equipos no fue sostenida por un intento honesto de engrandecer el nivel competitivo de los equipos nacionales, en especial para competir en la arena internacional (escenario donde no existe limitación de jugadores extranjeros), sino que fue una decisión tendiente a favorecer el libre tránsito de “mercadería” para los negociados de los representantes que tienen hoy la propiedad de los clubes.
Los que se han manifestado en contra de la medida, en tanto, tampoco han mostrado claridad conceptual para atacar la determinación.
Ello, porque la tesis de que una mayor cantidad de extranjeros atentaría gravemente la promoción de valores jóvenes no es sostenible empíricamente.
Y es que con tres, cuatro o cinco extranjeros, y aún con obligatoriedad de utilizar jugadores Sub 20 o Sub 21, con minutajes controlados, no se ha producido para nada aquella promoción que se dice está en peligro con el aumento de jugadores extranjeros.
El tema parece obvio. La decisión tomada por el Consejo de Presidentes es mala, porque carece de un objetivo deportivo, y la reacción de los detractores no pasa de ser una histérica chiquillada porque no entrega ningún argumento sólido para denostarla.
¿Cómo se puede salir de este círculo infernal?
Analizando la situación actual, exponiendo los objetivos que se quieren lograr, buscando alternativas en experiencias diversas y, por cierto, consensuando un plan común.
¿Es malo por definición abrir las fronteras? ¿Es deseable generar exigencias mínimas para el ingreso de los jugadores foráneos a la competencia chilena? ¿No habrá que, más que hacer reglas ineficientes, equilibrar la balanza estableciendo un plan de trabajo de divisiones menores serio, nacional y consensuado? ¿Acaso no es posible reflexionar más que levantar la mano en un Consejo de Presidentes o hacer comunicados y declaraciones vacías? ¿O eso es mucha pega?
Acá hay mucho paño que cortar, pero parece que a nadie le importa demasiado. Sigan así, van súper bien.