Fue emocionante ver la definición por penales que ascendió a Iquique a la Primera División y que dejó a Wanderers un año más en la B. Y emocionante el partido, por los goles (3 a 3 es mucho para un encuentro de definición), por los anulados (bien anulados, menos uno, que fue validado por el VAR), por los penales (todos bien cobrados), por las expulsiones (todas bien decretadas).
En suma, buen partido, hartos goles, buen arbitraje. Lo único feo y malo fue la masiva invasión de la cancha por hinchas locales que insultaron a los jugadores derrotados. ¿Cómo puede suceder algo así?
Ahora bien, Iquique vuelve a la categoría principal del fútbol chileno. Y para volver hay que haber descendido y los del norte saben de eso: han descendido cinco veces, con algunas permanencias largas en la segunda.
Y Wanderers no lo hace mejor; al contrario, ha descendido siete veces. Es, claro, mucho más antiguo (aunque no tanto como el nacimiento en 1892 pretendido por algunos hinchas), y su primer descenso se produjo en 1977 y duró solo esa temporada.
Son dos clubes de rancio abolengo, con Iquique de protagonista central y gran campeón nacional en los tiempos del amateurismo.
Eso es lo que duele: que dos clubes tradicionales y de arrastre sean “ascensoristas”. Hay otros clubes que parecen haber nacido para subir y bajar, como si ese fuera su destino y no tuvieran derecho a la ilusión. Pero duele en los que tienen arrastre, que tienen pasado memorable y que son buenas plazas. Puertos ambos, además, y por lo tanto expuestos tempranamente a la influencia de los marinos ingleses y cuna de los primeros clubes criollos. No deberían, si fueran bien conducidos, estar expuestos a los vaivenes de los clubes débiles. No lo son, pero viven como si lo fueran.
En rigor, cualquiera puede descender. De hecho, entre nosotros hay un solo instituto que jamás ha bajado, Colo Colo, tal como sucede en Argentina con Boca Juniors. Tanto para los argentinos como para nosotros el Ascenso (o Primera B, ese nombre ideado por giles y para giles) es un terreno de terror que nadie quiere pisar.
El sube-baja permanente no es bueno para la salud de los clubes fuertes. Es un signo de debilidad y atenta contra la autoestima de sus seguidores. Recién he visto a Gabriel Omar Batistuta en la televisión, a quien le preguntaron si lo afectó que Lionel Messi batiera su récord de goleador argentino en los mundiales: “Claro que me jodió un poco. Y no un poco, bastante me jodió”, dijo el guerrero goleador. “Siempre fui Batistuta, el goleador de Argentina. Ya no y me duele”. Sincero, entero y franco como fue en el área.
Es la búsqueda de la gloria lo que acompaña siempre a los grandes. Y volver a la primera división no es la gloria. Es bueno, nada más.
Eso tiene que estar claro en la visión de los directivos de los clubes tradicionales. La búsqueda del triunfo y de la gloria debe estar en la mira de sus aspiraciones. Y en la de sus hinchas. La gloria no está en entrar a la cancha a burlarse de los que fueron peores.