Quien repase y repase situaciones anteriores solo encontrará un paralelo con el gobierno de Boric: la nefasta administración de Salvador Allende, que se desplegó bajo el eufemismo de una supuesta Unidad Popular.
Pero no se trata ahora de recordar esos aciagos mil días, sino de poner en perspectiva al gobierno frenteamplista-comunista, respecto de lo que suceda este domingo 17.
El plebiscito se presenta en momentos en que la administración Boric es percibida con una sola calificación: absolutamente incapaz. El crimen se extiende por nuestras grandes ciudades; los índices sobre el rendimiento escolar muestran sus peores cifras; la violencia no amaina en La Araucanía; toda una red de corrupción vinculada a fundaciones truchas les ha robado miles de millones a los chilenos que contribuyen; una inminente crisis en los sistemas de salud parece dejar indiferente al conglomerado gobernante; la cultura, oh, ese ícono de las izquierdas, vive en paro.
Es el momento —uno más, el tercero, junto al 4 de septiembre y al 7 de mayo— de manifestarles democráticamente a las izquierdas gobernantes, mediante una clara mayoría, que no hay confianza alguna en que puedan enmendar el rumbo, sino por el contrario, que existe una sospecha total sobre la pervivencia del octubrismo en el corazón de los partidos gobernantes. En pocas palabras: este domingo no solo se vota por un texto constitucional, sino también por una gestión gubernamental.
Quienes nunca quisimos este proceso, una vez dentro y obligados por las mayorías que circunstancialmente otros consiguieron, ¿vamos ahora a claudicar de la posibilidad de darles el mejor rumbo posible a esas aguas turbulentas que se agitaron con maldad desde el 18 de octubre?
Eso es lo que hace censurable que haya quienes puedan adjudicarles más valor a sus críticas del texto que a la comprensión del proceso. Una Constitución importa, por supuesto, pero ¿no es acaso un elemento más dentro del devenir de múltiples factores en el que se juegan nuestras convicciones? ¿Es que no hay consideraciones de bien común por encima de las que se refieren a los artículos de un texto? ¿O es que algunos, desde un supuesto iusnaturalismo, se han convertido en positivistas y dejan todo librado a palabras más o palabras menos?
Si el gobierno frenteamplista-comunista lograra una victoria este domingo con el En contra, pesará una enorme carga sobre la conciencia de quienes, desde la derecha, hubiesen contribuido a esa terrible derrota de la libertad y del bien. Tendrían que reconocer que habrían colaborado a que el peor gobierno en los últimos 50 años de la historia nacional pudiese respirar y proyectarse, aunque solo fuese por un breve lapso. Celebrarían por unas horas, para lamentarse por años.
Seguramente esas personas coinciden con nosotros en que estamos no-gobernados por una pésima administración. Todos sabemos lo que eso significa: sufrimiento, frustración, daño quizás irreparable para millones de compatriotas. ¿Es razonable colaborar con la opción que ese pésimo gobierno ha escogido, dificultando así la imprescindible rectificación que debe producirse en la elección presidencial de 2025?
No sabemos con qué candidatos se presentarán entonces las fuerzas que buscan un cambio al estado actual de la patria. Quizás en su momento —y es perfectamente legítimo— haya disensiones entre Chile Vamos, Republicanos, Amarillos y Demócratas. Pero lo que sí resulta obvio es que su tarea se verá dificultada si un gobierno —insistamos— absolutamente incapaz logra, contra todo sentido común, respirar por un tiempo aires de victoria, gracias a la estulticia de unos pocos, que pueden resultar decisivos.