Huachipato consiguió su tercera estrella nacional en una arremetida final infartante (antes de iniciarse la penúltima fecha del Torneo Nacional era tercero, tras Cobresal y Colo Colo), y los primeros y casi unánimes elogios a la gesta deportiva de los acereros han tenido que ver con los sentimientos y la emotividad de esta atropellada que quedará en los anales del fútbol chileno.
Pero ya es hora de enfriar la cabeza y comenzar a buscar las razones futbolísticas y los méritos en la cancha para realmente entender al campeón que ahora tiene el balompié nacional.
Lo primero que hay que poner en la mesa es que Huachipato fue un equipo más efectivo que efectista. En palabras simples, el equipo acerero no se anotó como una escuadra especialmente obsesionada por mantener una presión alta para encerrar al rival y ahogarlo, sino que, simplemente, la utilizó para recuperar la pelota y, desde ahí, tener la posibilidad de posicionarse, elaborar y, de acuerdo a los momentos y opciones, encontrar los espacios para profundizar y hacer daño en el área rival.
Y es que hay que entenderlo de una vez: lo que el entrenador Gustavo Álvarez ofreció como propuesta fue la expresividad del equilibrio conceptual, entendido eso como el intento permanente por movilizar todo el esquema colectivo en función de la recuperación, tenencia y manejo de la pelota.
Huachipato fue, en síntesis, una escuadra que logró funcionamiento.
Claro, es obvio que, para llegar al máximo de su rendimiento, el cuadro acerero tuvo que añadir otras cosas.
El principal es que el DT Álvarez detectó muy bien las fortalezas de sus jugadores para cumplir misiones específicas.
Veamos algunos casos.
El defensa central Benjamín Gazzolo fue evolucionando y creciendo para cumplir la misión de salir en forma ordenada desde el fondo maximizando sus cualidades de visión panorámica.
El caso de Jimmy Martínez en el mediocampo merece también una reflexión, porque se notó mucho que el entrenador potenció en él un aspecto que parecía haber inhibido: el de filtrar balones.
Con todo, y reconociendo que hay varios otros aspectos individuales resaltables (el buen nivel del lateral Felipe Loyola, quien además mostró condiciones de adaptabilidad posicional, por ejemplo), hay un factor que parece determinante para captar la eficacia del campeón y eso es cómo logró estructurar un circuito ofensivo que dio respuestas variadas ante las diferentes circunstancias.
El eje Gonzalo Montes-Maximiliano Rodríguez-Cris Martínez (al que habría que agregarle a Javier Altamirano en el primer semestre del año) fue una pieza mecánica de alto vuelo, dando zarpazos y construyendo circuitos sorpresivos incluso en momentos de mayor complejidad y tensión.
Sí, es posible que el nuevo título de Huachipato sea recordado por sus hinchas como una especie de milagro que removió sus corazones.
Está bien. El fútbol es emoción.
Pero sería injusto no darle valor a lo que este campeón exhibió en la cancha.