Casi diez años resistió Podemos en la política española. Hoy, el partido de Pablo Iglesias parece agotado y a punto de pasar a la insignificancia. Ofendidos y taimados porque los dejaron sin cargos en el gobierno de coalición del PSOE y Sumar, los izquierdistas radicales que nacieron a la vida política en 2014 decidieron hacer grupo aparte en el Parlamento y desde ahí estudiar ley a ley el apoyo a Pedro Sánchez.
La historia de Podemos es corta pero intensa, al igual que la de otros partidos de extrema izquierda europeos, como Syriza en Grecia, que parece también destinado a desaparecer. Cuando los “indignados” llenaban las plazas de Madrid y de toda España, un grupo de profesores de la Complutense, liderados por Iglesias, vieron la posibilidad de articular ese descontento en una formación radical que se levantara en contra de los poderosos, los ricos, la “casta” (usaron el término antes que Javier Milei) y cualquier abuso que se percibiera en la sociedad. Su segundo de entonces, Íñigo Errejón, quería “latinoamericanizar” la política española, tomando el modelo bolivariano de Venezuela y Bolivia, país donde hizo su tesis doctoral sobre la revolución del MAS. Se hablaba ya entonces de la plurinacionalidad trasladada a la España de múltiples autonomías.
Buscaban con apremio desbancar, desde la ultraizquierda, al socialismo democrático, sorprendiendo en las elecciones de 2015 con un tercer lugar que les dio nada menos que 69 diputados. La caída fue rápida: en 2019 apenas consiguieron 35 diputados; aun así, lograron integrar el gobierno de Sánchez, con Iglesias en una de las vicepresidencias, y su mujer, Irene Montero, como ministra de Igualdad. El partido levantó las banderas de la mujer y las minorías sexuales, en contra del heteropatriarcado. “Por un país feminista, más democrático y con justicia social”, sería su lema, pero no encantó a las mujeres, que siguen prefiriendo votar al PSOE. Una de las leyes emblemáticas de los morados, la de “solo sí es sí”, sería la lápida de Montero y de las ambiciones de Podemos. En las últimas elecciones apenas obtuvo cinco diputados. No pudo negociar ni los cupos en las listas electorales ni un puesto en este gabinete de Sánchez, y ahora enfrenta otra división, con varios dirigentes renunciando, molestos por el liderazgo autoritario de Iglesias.
Las esperanzas de Podemos de sobrevivir están puestas en las elecciones europeas de 2024, una ilusión que puede otra vez chocar con la realidad: el electorado europeo, atemorizado por la inmigración, la inseguridad y los problemas económicos, se vuelca a los partidos de derecha y, más, a los de ultraderecha, como se vio en el reciente triunfo de Geert Wilders en una sociedad tan liberal como la de Países Bajos.
Marginado, Iglesias hace política desde sus medios digitales y lanza agrios ataques a Yolanda Díaz, “arrepentido de haberle dado tanto poder” cuando la encumbró a una de las vicepresidencias del gobierno, desde donde la líder comunista se apropió del mando de la ultraizquierda con la misma intención de desplazar al PSOE, pero con otro estilo.