Soy Mario Kreutzberger, aunque en mis 61 años como conductor y comunicador audiovisual muchos de ustedes me conocen como Don Francisco. En esta oportunidad quiero compartir una experiencia que viví fuera de Chile, pero que puede servir de advertencia y consejo a cualquier viajero, especialmente si va a Estados Unidos, y es de aquellos que necesita consumir medicamentos que solo se entregan con receta restringida.
El domingo 26 de noviembre pasado me invitaron a conocer el Centro de Rehabilitación Infantil Teletón (CRIT) ubicado en San Antonio.
Todo iba según lo planeado, hasta que llegué en la noche al hotel y me di cuenta de que había olvidado en mi casa en Miami el medicamento que me recetó el médico para conciliar el sueño, ya que sufro de insomnio. Se llama Lunesta (Eszopiclona) y es un inductor del sueño que solo se vende con “receta retenida”, ya que su uso sin estricta supervisión médica pudiera ocasionar abuso y dependencia.
No sé si por la preocupación que se sumó al enojo que me produjo el olvido y la falta de mi inductor del sueño, estuve despierto desde las 10 de la noche hasta las 8 de la mañana. En mis largos 83 años de vida jamás me había ocurrido algo así. Es la peor sensación y la mayor angustia que he soportado en una noche. Les confieso que fue desesperante. No hubo forma de dormir. Vi televisión, leí, apagué la luz, la encendí, me levanté, me acosté, caminé por la pieza, escribí algunas ideas. Nada funcionó.
Al amanecer esperé una hora prudente, y lo primero que hice fue llamar por teléfono a mi médico en Miami.
Casi rogándole le digo: “Doctor... ¿me puede hacer una receta para unas pocas tabletas de Lunesta? Estoy en San Antonio, Texas, olvidé las mías y he pasado una noche horrible sin poder dormir”.
El médico, con pena me responde: “Mario, lo siento. No le puedo dar una receta porque no estoy autorizado para ejercer la medicina fuera del estado de la Florida”.
Entonces le pregunto: “¿Y podría entonces mandar la receta a una farmacia de Miami y yo llamo para pedir que me hagan la entrega acá en San Antonio?”
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Me dijo que era una buena idea y que así lo haríamos.
Dejé pasar parte de la mañana y como el medicamento no llegaba, llamé personalmente a la farmacia en Miami para saber qué ocurría. La farmacéutica, que me conoce, me responde: “Don Mario, los medicamentos con receta retenida no se pueden mandar de un estado a otro”. Comencé a desesperarme. Me resistía a la idea de pasar otra noche en vela. Busqué varias opciones. Incluso pensé en tomar un taxi y viajar unas 300 millas hasta la frontera y cruzar a México, para comprar ahí el medicamento sin tantas restricciones.
Alguien me propone que pida una hora de telemedicina con un médico local en Texas que, sin duda, podrá hacerme una receta para una farmacia en la ciudad. Llamé y el médico muy amable me hizo un largo interrogatorio, en especial sobre otros medicamentos que tomaba. Finalmente, me recetó 30 pastillas de la famosa Lunesta y envió el pedido a la farmacia local.
Ya estábamos al final del segundo día y la noche se aproximaba. Para tratar de apurar el proceso, decidí hacer guardia en la farmacia. Llegué poco antes del cierre. Le doy mi nombre a la farmacéutica, quien, para mi mala fortuna, al parecer también había tenido un mal día. Me responde, sin levantar la vista, que mi seguro médico no aceptaba entregar el medicamento fuera del estado de la Florida. Le digo que no es problema, que, si el seguro no lo cubre, lo pago yo mismo. Ella me informa que, aunque lo pague de mi bolsillo, tampoco puede entregármelo porque tiene “receta retenida”. A esa altura la desesperación ya se me notaba en la cara y le digo: “Señorita, entonces qué puedo hacer. Por favor, ayúdeme. Solo necesito dos tabletas inductoras del sueño porque llevo 24 horas sin dormir y estoy agotado”.
Nuevamente sin mirarme, me responde: “Aquí no podemos hacer nada por usted”. Con una mezcla de desesperación y bloqueo mental, llamo al médico local, quien me responde de inmediato y me pide que lo comunique con la farmacéutica, a quien le dice: “Señorita, este señor es una persona mayor y olvidó en otra ciudad sus medicamentos para el sueño. ¿Podría darle dos pastillas, una para esta noche y otra para mañana, hasta su regreso a Miami?”.
La farmacéutica le responde: “Ya le dije a este señor, y ahora le digo a usted, doctor, que no estoy autorizada para darle ni una sola pastilla de ese medicamento”.
Saco el altavoz y le pregunto al doctor qué puedo hacer. Me responde con mucha paciencia: “Voy a pedir que le entreguen un medicamento diferente que se llama ‘Ambien', y es similar a Lunesta. Además, le voy a enviar otro inductor que no necesita receta”.
Vuelvo a la carga con la farmacéutica, mientras la hora avanza y la farmacia está próxima a cerrar. Le pregunto si recibió la nueva receta. Me responde que no, y que tengo que esperar por lo menos media hora más.
Me senté y le hice caso. Esperé. Afortunadamente, la nueva medicina había sido aceptada y me fui feliz rumbo al hotel.
Comprenderán que dormí como un rey poco más de 10 horas y lo difícil fue despertarme. Como soy un comunicador, siempre pienso en escribir estas experiencias, porque lo que a mí me ocurrió le puede pasar a cualquiera y el tratar de buscar respuestas pudiera servir de aprendizaje para todos.
No sé ustedes, pero pienso sinceramente que “aquí algo anda mal”. ¿Qué pasa en casos como el mío? A todos los que viajamos nos puede pasar que por cualquier razón tenemos que quedarnos más tiempo del planificado en un lugar lejos de nuestra casa, ciudad o país, y nos falta la dosis de algún medicamento con receta retenida, imprescindible para manejar dolores o inducir el sueño.
¿Algo anda mal o soy yo el equivocado? Si nadie me responde tendré que asociarme a la célebre frase del Chapulín Colorado: “¿Y ahora, quién podrá defendernos?”.
Mario Kreutzberger