Los algoritmos de YouTube, Facebook, etc. son increíbles. Me había sumergido en una de esas plataformas buscando videos del Chile pre transformación económica. Documentales, películas, entrevistas, cualquier material que mostrase la baja productividad de ese país que tenía un PIB per cápita de 7 mil dólares. ¿Era muy distinto al actual? Tratando de responder la pregunta me quedé dormido con la TV encendida, mirando “La expropiación” (1973), de Raúl Ruiz, sin anticipar que el algoritmo haría lo suyo.
Como a las 3 a.m. me despertó una música que todo chileno reconocería: “Taaa, taratatataata….”. Una joya. Uno de los primeros capítulos del “Jappening con Ja”. Medio somnoliento vi a Pepito TV, para luego caer en esa obra maestra que era La Oficina de Mandiola y Cía.
Desde un punto de vista organizacional, ese sketch, esa parodia de la realidad (¿seguro?), era un total desastre económico.
Partamos por Zañartu, el jefe con algo de sobrepeso y con facilidad para enojarse. ¿Qué hacía en la oficina? Pocazo. Rara vez se le vio concentrado trabajando. Es más, impulsaba un liderazgo nefasto. Más interesado en acicalar al funcionario que le rendía pleitesía (Espina), no se esperaba de él ningún plan para mejorar la productividad o crecimiento del negocio.
Eso lo tenía muy claro el gran Ricardo Canitrot. Siempre llegando atrasado a la pega, usualmente pasándose del carrete, con la corbata desarreglada y bañado en challas, “Canatran”, ya en sus treinta y tantos, era un adolescente permanente, un vividor empedernido. Para él, la oficina era una extensión de la joda y aprovechaba la falta de liderazgo y el compadrazgo con Zañartu —habían asistido al mismo colegio— para salir airoso con las excusas más ridículas. Un maestro para sacar la vuelta, el campeón del chamullo, Ricardo era el pináculo de la improductividad en el trabajo.
En el polo opuesto estaba Gertrudis. Con una capacidad insuperable, era el pilar del trabajo de la oficina. Puede ser que su timidez le jugase en contra en un ambiente machista, pero nunca fue claro por qué Zañartu le tenía tanta mala, ¡si era la única que hacía la pega! Una posibilidad era discriminación pura y dura. Pero no lo creo, pues como G. Becker nos enseñó, eso daña a todos en el negocio. La otra es que Gertrudis era una amenaza para el jefe (con su desempeño podría aserrucharle el piso). Tampoco parece factible, pues no era ambiciosa. Así que me inclino por una tercera opción: tácitamente, la eficiente secretaria le enrostraba al jefe su flojera. Entonces, en lo que es clásico de un mal liderazgo, en vez de aprovecharla y potenciarla, el flojo de Zañartu se dedicaba a explotarla y hacerle bullying. Un error de gestión de proporciones.
Chile acarrea un problema de productividad grueso. El Estado no se escapa de ese diagnóstico. A veces da la impresión de que su gestión es parte de una parodia digna de Mandiola y Cía. Quizás el crecimiento se chingó cuando normalizamos esa oficina. Si Zañartu hubiese hecho la pega, la historia hubiese sido otra. Y, por supuesto, contar con menos Canitrot y más Gertrudis es clave para impulsar la economía.