Se repite que la economía determina las elecciones. “Es la economía estúpido”, eslogan de Clinton, fue decisivo para derrotar a Bush padre. Así como la economía, la migración parece ser otro factor electoral, del que pocos países están inmunes.
Irlanda, la semana pasada, sufrió un octubrismo, vandalismo desatado en comercios, incendio de buses y enfrentamientos con la policía, a raíz de un extranjero que habría acuchillado a irlandeses. El gobierno condenó el extremismo aprovechador del episodio, abriéndose, además, a evitar pérdidas de empleos locales a causa de extranjeros y su incidencia en el déficit habitacional y seguridad pública.
Finlandia, días antes, cerró las fronteras con Rusia, sosteniendo que el gobierno de Putin alentaba el ingreso masivo de extranjeros para desestabilizar al gobierno finlandés.
Holanda está hoy sin gobierno tras la caída del Primer Ministro, que gobernó más de 13 años. Su propuesta de limitar a 200 casos mensuales la reunificación familiar en el otorgamiento de visas fue considerada insatisfactoria por el oficialismo, e insuficiente del todo por extremistas agrupados en el mayor partido político holandés.
Alemania, Italia, Francia y Gran Breña, obligados por consideraciones electorales, anunciaron durante el mes pasado restricciones adicionales al ingreso de extranjeros.
La Unión Europea hace tiempo que considera las políticas migratorias como uno de los grandes motivos de división entre sus miembros.
Finalmente, Trump sigue insistiendo en completar la muralla en la frontera con México y multiplicar las expulsiones de indocumentados, forzando a Biden a anunciar planes en ambas direcciones si quiere ser reelecto.
La gran inconsistencia es que es reconocida la valiosa contribución de los extranjeros al desarrollo de las naciones, su indispensable aporte para solucionar el déficit de fuerza laboral y las falencias de capital humano en todos los países.
El verdadero problema es la incompetencia de los gobiernos para poner en vigor una migración segura, ordenada y regular, principio suscrito por más de un centenar de países. Este cometido requiere de recursos y estar dispuestos a hacer cumplir los controles fronterizos, sin renunciar, como sucede en Chile, a reconducir a los extranjeros que ingresan ilegalmente por Bolivia, la mayor vía de entrada de indocumentados; proceder a expulsar a los extranjeros que transgreden las normas de ingreso y a los que cometen delitos; combatir la trata de personas; coordinar la información sobre la materia, sin las monumentales discrepancias entre la PDI y el Ministerio del Interior. Demanda también de políticas claras y ágiles para la expedición y rechazo de visas, y de acuerdos eficaces con otros países, entre otras exigencias. De la ineptitud e indecisión de los gobiernos —y también de buenismos irresponsables— se aprovechan extremistas, delincuentes y populistas.
Ante las falencias en estas materias, cabe concluir: es la gestión migratoria, estúpido, no la migración el problema.