A dos fechas del término del interrumpido torneo nacional (algo que no debe pasar nunca más), Curicó Unido sentenció su descenso a Primera B.
En lo puntual, la derrota ante Magallanes (4-3) fue dramática y hasta un poco injusta (el partido se definió en los descuentos, aunque el empate también los condenaba), pero no hay que pasar por alto que la sentencia para el descenso no se escribió la noche del domingo en La Granja, sino que fue el lógico resultado de la mala forma de hacer las cosas cuando todo estaba dado para hacerlas de la mejor manera.
Repasemos.
Hace un año, Curicó estaba en el grupo de los aspirantes al título, junto a Colo Colo (que a la postre fue el campeón) y Ñublense.
El equipo era dirigido por Damián Muñoz, un entrenador que había asumido el año anterior de emergencia tras la partida de Martín Palermo, y que había sido posteriormente ratificado como DT titular no solo por estar identificado con los colores (había dirigido antes las inferiores y el equipo femenino), sino porque había demostrado capacidad para el reto de dirigir en Primera.
Curicó logró ser tercero del torneo y con ello timbró su participación en la Copa Libertadores 2023 como Chile 3.
Celebración total en Curicó. Listo para un despegue, para pasar a otro nivel. Pero, en realidad, fue el comienzo de la debacle.
Y es que para quienes dirigen los destinos del único club que aún es de los socios, con lo conseguido en 2022, la tarea estaba hecha y de ahí para adelante, entonces, solo había que administrar con lo mínimo lo que se había logrado con el máximo esfuerzo.
Por ello, y sacando cuentas alegres en base al cheque que vendría de la Conmebol, se decidió que lo que venía hacia adelante debería costar menos y redituar más. Y se tomaron medidas ad hoc: el plantel no se reforzó, sino que se aumentó en cierta medida; al entrenador Damián Muñoz se le puso una cláusula del tipo DT de Barcelona (a mitad de año, si el equipo no lograba cierta cantidad de puntos en el torneo nacional, se le cesaba sin mayor derecho a reclamo o apelación), y no hubo reinversión en favor de los hinchas que han acompañado al club en las malas y en las peores.
La crisis terminal llegó muy pronto.
Curicó no pasó de la segunda etapa de la Copa Libertadores (fue eliminado por Cerro Porteño), al DT lo echaron porque no cumplió con la famosa cláusula de rescisión (dejó la banca tras ganarle a Colo Colo en el Monumental, sin estar en zona de descenso) y los dos entrenadores que terminaron el campeonato, o fueron causantes de la crisis que sobrevino (Juan José Ribera) o no tuvieron la opción de parar una caída libre evidente del equipo (Miguel Riffo).
El pecado del conformismo, de la minucia, de la victoria chica y de la nula visión de quienes se dicen “dirigentes” (que casi nunca son “diligentes”) condenó a Curicó.
No a la ignominia de jugar en la B (división en la cual Curicó ha jugado casi toda su vida institucional), sino a la vergüenza de convertirse en el paradigma de la mala conducción, de la poca habilidad para administrar pequeñas victorias que duraron demasiado poco.