La aparición del secuestro en la escena nacional es tenebrosa. Si de derechos humanos se trata, ninguna violación parece tan flagrante —salvo el asesinato— como la retención violenta cuya liberación está sujeta a un pago. Los raptos siempre han existido, pero la publicidad con que se han dado a conocer los hechos de las últimas semanas, aparentemente perpetrados por bandas con alto profesionalismo, genera una fuerte sensación de inseguridad.
Sus efectos personales y familiares son dramáticos, como muestran numerosos libros publicados por valientes víctimas. Las consecuencias económicas, aunque menos evidentes, son también de alto impacto. Muchos secuestros en el mundo tienen motivaciones políticas, pero crecientemente se han transformado en un negocio más. Una industria pura y dura, donde hay planificación estratégica, inversión en procesos, información e infraestructura. Al ser una actividad de alto riesgo —al final del día, los secuestradores pueden ser encarcelados o acribillados—, es una industria de alto retorno privado esperado.
Su costo social, sin embargo, es inmenso. La criminalidad no solo es reflejo de un mal ambiente de negocios, sino que introduce un costo inconmensurable para profesionales y empresarios. No en vano, la “fuga de cerebros”, que desafortunadamente comienza a olerse en nuestro ambiente, es una reacción casi instantánea de personas de alta calificación. Los secuestros también afectan la disposición de extranjeros para invertir localmente. Aunque la inversión extranjera sea muchas veces caricaturizada como el intercambio de fríos e impersonales dólares, detrás de esta actividad hay personas y familias que deben instalarse en los países de destino para concretarlas.
La evidencia en Colombia muestra cómo la inversión de las empresas se deteriora con los secuestros, y que este efecto es mayor en empresas de propiedad extranjera (Edwards y coautores, The Economics of Crime, 2010). Ede y Okafor (2023) muestran que un aumento en la tasa de secuestros de una persona por 100 mil habitantes reduce la propiedad de empresas locales por parte de extranjeros entre 5 y 10% en Nigeria. La comparación con Nigeria le podrá parecer excesiva, pero no se apure tanto. De acuerdo a Naciones Unidas, Chile tiene una tasa de secuestros anual bastante superior a la nigeriana, y aunque otras estadísticas de criminalidad sean más altas en el país africano, ya pasó la época en que podíamos predicar desde el púlpito.
Los recursos compiten entre sectores y países, buscando su mayor beneficio. Cuando la industria del secuestro tiene alta rentabilidad esperada, la fuga de talentos y de capital se hace imparable. Un lucro transformado en lacra.