En educación siguen los tropiezos y ninguna noticia es alentadora. En el mundo rural donde vivo, nadie lee y los niños ven apagarse su sed de preguntas y belleza sin que nadie la sacie con bienes maravillosos. Los niños son criaturas de preguntas. Su entorno es un puro enigma palpitante que los mantiene en alerta permanente. Ya adulto, cuando miro los ojos de una guagua de pocos meses, me parece verlos cargados de interrogantes y asombros, abiertos como enormes ventanas que, después, con el crecimiento, van menguando y entornándose con lentitud e invisibilidad, dando espacio a otros estados en nuestra conciencia, incluso para uno tan tardío y no menos humano como lo es el rememorar.
Así, podría decirse que la capacidad, en el adulto, de hacerse preguntas verdaderas es una manera de conservar esa apertura infantil hacia el mundo. El hábito —ese gran compañero y aliado del bienestar— a la vez es un enemigo del preguntar.
Creo que la aproximación de los niños a la lectura puede explorar esa necesidad infantil. Ante todo, la lectura es, en sí misma, la resolución de un enigma: esa serie de pequeños dibujos negros dispuestos sobre la página (como los que repletan este diario), ¿qué significan? ¿Cómo es que ese conjunto de figuritas negras que desfilan sobre la línea “dicen” algo que otras personas entienden? Leer es descifrar signos. Quien no sabe leer permanece ignorante de un mundo que se encuentra ante sus ojos y que otros, no obstante, pueden ver. El lector es siempre una suerte de pequeño Alan Turing, un criptógrafo ansioso, un detective que emplea su análisis e inteligencia para acceder a un conocimiento relevante, atractivo, prometedor.
Creo también que no es casual que uno de los géneros más comunes en la iniciación a la lectura (y que en abundantes casos —también el mío— perdura hasta la madurez) es el relato policial, la novela o cuento de crímenes y detectives, en sus distintas variantes, sobre todo en la forma que le dieron sus dos maestros fundadores, E. A. Poe y A. Conan Doyle. En este tipo de narración la existencia de un “enigma” (el crimen) juega un elemento estructural que, a la vez, opera como desafío al intelecto del lector y una manera de capturar su interés en la narración.
La iniciación a la lectura lucha contra enemigos que hipnotizan y que trabajan para un lenguaje monosilábico en que los enigmas están ausentes y las preguntas no tienen lugar, y se sustituyen por consignas. La lectura intensiva, incentivando el placer de descubrir, es necesaria, para combatir la abulia mental y la pobreza de mundo.