Los motivos reales que finalmente detonaron en la intempestiva renuncia de Eduardo Berizzo en medio de una fecha eliminatoria serán, sin duda, un tema a investigar. Porque pensar que el DT solo estaba amargado por el empate ante Paraguay, que venía fraguando esta determinación a partir de la dura experiencia vivida con los hinchas durante los Juegos Panamericanos o que estaba “sentido” por la poca comprensión y solidaridad de exfutbolistas devenidos en comentaristas, no tiene mucho sustento. Algo pasó en el camarín tras el partido con Paraguay, algo escuchó o supo Berizzo que lo hizo tomar una decisión tan abrupta y que un tipo reflexivo y calmo en extremo como el DT jamás habría tomado en circunstancias normales. Berizzo podía irse en cualquier momento. Pero nunca una hora después de un partido, a cinco días de un encuentro eliminatorio y sin un discurso preparado como buen bielsista.
La historia está apenas comenzando a escribirse.
El punto es que la urgencia competitiva impone dar vuelta la página y empezar a ver qué se hace tras el fin del proceso Berizzo.
Por la premura de los tiempos, como siempre se echó mano a lo que había cerca y la designación de Nicolás Córdova —jefe técnico de las selecciones menores— no como DT interino, sino que simplemente como entrenador de emergencia para sacar adelante el partido que viene, se ve como lógica por parte de una administración carente de habilidad para enfrentar conflictos.
Pero, pase lo que pase ante Ecuador, es trascendental tener trazado ya un plan de contingencia y, con ello, una total determinación en torno al perfil del DT que lo llevará a cabo.
Y dejémonos de cuentos. Solo hay dos opciones.
Una, seguir pensando que ir al Mundial es un imperativo tal que no importa si eso se consigue jugando pésimo, rasguñando puntos, rezando y sacando la calculadora. De ser así, no hay más opción que ir por un entrenador cesante, que quiera ganarse unos dólares y que sea inmune a las críticas por sus planeamientos técnicos. Un DT de medio pelo. Hay varios de esos. Chilenos y extranjeros.
La otra posibilidad es hacer la pérdida, reconocer que no existe nivel para ir a competir en un Mundial y diseñar un proyecto macro a cinco o diez años plazo que signifique no solo renovar la generación actual, sino que formar las próximas dos o tres. Así, lo que se requiere es un DT con características refundacionales. Que tenga un liderazgo y que pueda formar equipos de trabajo. Que sea capaz de probar, pero también de imponer conceptos. Que escuche, pero que no sea voluble a las críticas arteras o payasescas.
Ahí, la lista de candidatos es más reducida. Porque por mucho que haya directores técnicos que se autoproclamen y se sientan “preparados” para dirigir hoy mismo la Roja, son poquitos —chilenos y extranjeros— los que podrían ser capaces de mantener sus convicciones y creer más en un plan que en tener la fórmula para ganar a los bolivianos en La Paz o sacar un puntito en Perú.
Pero no hay que preocuparse, porque con el nivel que existe hoy entre los que toman las decisiones, seguro que se irá por la primera de las opciones. Por el camino fácil. El que no exige convicciones.
Es que estamos en la B. Porque lo merecemos.