Muchos más de los que llegan a competir somos los que hemos practicado atletismo. Casi todos, en realidad, aunque solo haya sido a nivel escolar. En mi caso, hasta la educación secundaria (hoy Media), en el Liceo de Hombres número 8. Aprendí mucho allí de la vida y otras materias, como alumno y como dirigente estudiantil.
Cuento esto porque tras mis intentos personales en los saltos (nunca la garrocha), la velocidad y la bala (hasta que me cayó en un pie), volví a tener contacto con las pruebas atléticas recién en el ejercicio periodístico para acontecimientos concretos. El “Orlando Guaita” lo cubrí varias veces, siempre con alguien que supiera al lado (como en las trasmisiones televisivas del rugby, del hockey césped o del automovilismo, lo que sigo creyendo que es lo honesto), y también para el periodismo escrito. Después, no he vuelto a tener contacto con el mundo atlético, salvo ver algunas cosas por la televisión.
El deporte, se nos dice desde siempre, nos iguala y nos hermana. Y esto explicaría el avance arrollador de los deportes desde el siglo XX: su carácter democratizador. Ricos y pobres, negros y blancos, inteligentes y no, todos podían enfrentarse o hacer equipo con todos. Por eso, hoy se supone que no hay discriminación.
Sabemos que es algo que al interior de las sociedades no ocurre así. En los hechos, en la vida diaria, la discriminación por muchos motivos sigue ocurriendo. Por el color, por el oficio, por la instrucción, por el lugar de residencia, por el origen, por los ingresos, por lo que sea. Pero suele creerse que no existe en el deporte y, menos, mucho menos, en el deporte rey, el atletismo. Por mucho que estén claros algunos fenómenos como el dopaje, los vínculos impropios con la política, los arreglos de resultados, prevalece este deseo humano de limpieza, rigor y honradez. Se olvida que es solo un deseo.
Lo que se conoce, por testimonios, es que en la cuarteta de 4x400 el entrenador cambió a última hora a dos corredoras titulares contra el derecho y la lógica de las mejores marcas. No se ha conocido ninguna razón técnica para excluir a las propietarias de estas marcas. Las acusadas de presionar para el cambio, Ximena Restrepo, madre de Martina Weil, y Leslie Cooper, madre de Fernanda Mackenna, ambas exatletas y dirigentas en la esfera del atletismo, además del entrenador cuestionado y cesado, Marcelo Gajardo, están hoy en la picota.
Afuera habían quedado Berdine Castillo (que finalmente corrió), una joven de origen haitiano con una emotiva historia personal, y la santiaguina Poulette Cardoch, con carrera atlética internacional desde 2019 (que no superó el tenso momento y se bajó). Dijo Berdine y respaldó Poulette que sufrió “trato racista y clasista”, apuntando a que las favorecidas estudian en colegios para la élite.
El asunto es un escándalo y la aparición de Gert Weil, padre de Martina, en defensa de su esposa, Ximena Restrepo, aumentó la intensidad del conflicto en vez de atenuarla.
¿Todo esto es por clasismo y elitismo? Habrá que ver lo que dice la justicia deportiva. Fuera de la pista también hay envidia y amargura por razones seguramente inconfesables. La misma amargura que llevó a varios a hurgar en busca de algo malo en los Panamericanos brillantemente organizados por Chile. Incluso insisten cuando los Juegos ya terminaron. Debe ser porque el reflujo biliar es difícil de controlar y a veces hay que llegar a la cirugía.
En fin, a otra cosa, porque mañana salta la Roja a la cancha por las clasificatorias.