Hay deseos e impulsos humanos que no llegan a tomar la forma de ideas, ideas que no consiguen transformarse en un proyecto, proyectos que no se ejecutan o que lo hacen por menos tiempo del previsto, e iniciativas que, en cambio, se concretan y perviven como tales, gracias a la perseverancia de sus responsables, una virtud —la perseverancia— que se asemeja a golpear una y otra vez un mismo clavo, a fin de que hienda bien en la madera.
Capturados por las exigencias de la innovación, a veces pensamos que todos los días tendríamos que golpear un nuevo clavo, en vez de hacerlo en el mismo en que veníamos trabajando hasta ayer. La perseverancia es atributo de deportistas que aparecen ante el público en el momento de las competiciones —como acabamos de ver—, pero que antes han desarrollado un largo y silencioso trabajo de entrenamiento y de casi invisible preparación.
Puerto de Ideas es un caso de perseverancia. Hasta hace poco más de diez años fue solo un deseo, luego una idea, más tarde un proyecto, y ahora una iniciativa que cuenta con más de una decena de versiones en su ciudad natal —Valparaíso— y que también tiene presencia en Antofagasta y en la Región del Biobío. Un festival de ideas que se desarrolla en pocos días y al que concurren académicos, científicos, expertos y artistas de distintos países y un público de más allá de las ciudades en que tiene lugar.
Festival en el sentido de fiesta que congrega y vitaliza, y festival en cuanto a que las presentaciones se suceden unas tras otras, coincidiendo a veces en sus horarios, de manera que los asistentes se ven compelidos a elegir unas y prescindir de otras, desplazándose por diferentes locaciones y dando así color y movimiento a la ciudad de que se trate, sin perjuicio de poder verlas todas, más tarde, merced a las tecnologías de la comunicación.
Puerto de Ideas ha sido un bien para Valparaíso. Es cierto que los invitados y el público que concurre desde otras partes permanecen allí no más de tres días, pero, y tanto aquellos como este, nos hacen recordar a los pasados y numerosos inmigrantes del Puerto que echaron raíces en este y dieron a la ciudad su aire cosmopolita.
Desde hace décadas, Valparaíso no vive su mejor momento, y su actividad portuaria y comercial no basta para darle la vida que requiere. Valparaíso se ha ido transformando en un mosaico de múltiples piezas, y todas ellas necesitan ser nutridas y reforzadas. Ciudad habitada, y eso en primer lugar, pero también ciudad puerto, ciudad turística, ciudad patrimonial, ciudad universitaria, hasta transformarse en los Valparaísos que conocemos hoy.
No vamos a ocultar que se ha vuelto también una ciudad más insegura que lo común, pero no por ello hay que privarse de estar en ella o de visitarla. La delincuencia, que se expande por todos los rincones del país y del planeta, amenaza la seguridad y, por tanto, la libertad de las personas, pero lo peor que podemos hacer es encerrarnos en nuestras casas y abdicar de los lugares públicos que pertenecen a todos.
Ir con cuidado, siempre, en todo lugar, porque —como decía Ray Bradbury— uno es liberal si va de frente, pero conservador en cuanto a su trasero. Hay que salir siempre a las calles, a las plazas, al cine, a los teatros, al café, a los estadios, a las canchas de fútbol y pistas de deporte, en disposición solidaria con los lugares en que estamos o vivimos y en actitud fraternal con otros que hayan hecho lo mismo y no estén dispuestos a entregar los sitios que nos pertenecen.
Este fin de semana, cuando Puerto de Ideas vuelva a Valparaíso, no queda más que decir: “Bienvenido a casa”.