Cuesta decidir por dónde empezar. Hay números, hay resultados, hay medallas y nos llenamos de emociones. ¿Por dónde, entonces?
Por la organización. Porque si no la hubiera, ya sabemos lo que pasa en ese caso y lo sabemos muy bien: la desorganización hace inútil todo lo demás. El desorden, padre del desgobierno y de la decadencia, produce más maleza que plantas y ahoga a la belleza y a los méritos.
Este Santiago 2023 y sus maravillosos Juegos Panamericanos tuvieron organización. Hubo un equipo directivo que consiguió regalarle a las Américas y al mundo una reunión deportiva del más alto nivel. En todo. En ningún aspecto calificable tuvo una nota apenas aceptable y jamás una mediocre.
El aporte que hicieron al país, al sentimiento, al alma del nacional, no es medible en números, aunque tal vez lo sea en algún índice, pues ya sabemos cómo rinden las personas cuando están contentas y su autoestima es alta. Y eso es palpable: lo orgullosos que nos sentimos todos de ser parte del país que lo consiguió. Los de más años han sentido que no ha cambiado el espíritu que siempre nos animó al encarar grandes desafíos. El mismo espíritu que nos hizo armar sin fallas un Mundial de fútbol en 1962 contra viento y marea, pasando por sobre un sismo gigantesco de tierra y agua, la falta de recursos y de tiempo.
Seguimos siendo los mismos. En el fondo, es cierto, pero sólo hace falta que alguien nos despierte.
Ya se citó en esta columna hace algunas semanas a quienes fueron esta vez los despertadores. Hoy, al final de las competencias, hay que repetirlo, porque ahora no solamente se trata de levantarle el ánimo a la población por una organización que hasta hace poco languidecía, sino por haber conseguido un torneo de alcance mundial.
Harold Mayne-Nicholls en la Presidencia, Felipe Bianchi en las Comunicaciones y Jaime Pizarro desde el Ministerio del Deporte despertaron a los medios y a toda la población en torno al mayor logro organizativo histórico del país. Esto no es un foro ni un festival ni una feria, es un torneo con miles de competidores a los que hay que alojar trasladar, alimentar, atender clínicamente, y a los entrenadores, jueces, ex deportistas famosos, dirigentes extranjeros. Acoger a los voluntarios, disponer de trato, recursos, medios tecnológicos y espacios adecuados para los periodistas de todas las Américas y de donde quiera que lleguen. Los deportistas pusieron lo suyo y para ellos son las crónicas, las fotos, las entrevistas. El público agregó color y entusiasmo. Los nuestros alcanzaron sus mejores marcas y batieron récords y el fútbol chileno recogió una medalla de plata que sólo una vez, en los Juegos de 1987 en Indianápolis, aunque la de ahora haya sido considerada “una decepción” por algunos opinantes.
Si los Tres Mosqueteros del 62 fueron Carlos Dittborn, Ernesto Alvear y Juan Pinto Durán, hoy lo son Mayne-Nicholls, Bianchi y Pizarro. Que se los recuerde también durante los próximos 60 años.
Todos, los de antes y los de hoy, son hombres del fútbol o ligados a él desde distintas ocupaciones. El mismo al que estamos volviendo. ¡Qué fútbol tendríamos si hombres como ellos estuvieran al frente!
Y esto no termina: el próximo viernes tenemos los Parapanamericanos, con más de tres mil deportistas