Es eterna la discusión en el deporte de alta competencia —y la retomamos mucho con ocasión de los Juegos Panamericanos— sobre el porcentaje de importancia que tienen los entrenadores en los resultados de sus dirigidos o de sus equipos.
No es fácil ser tan certeros. En muchas disciplinas de Santiago 2023 se hizo evidente que el trabajo de los entrenadores fue decisivo para que los deportistas chilenos elevaran sus niveles de rendimiento para el desafío competitivo. Los casos de Sergio "Cachito" Vigil en el hockey césped, y de Bienvenido Front en el remo, por poner dos emblemáticos, son indicativos de que los DT pueden llegar a ser no solo constructores estratégicos, sino que también precursores de cambios estructurales que se reflejan al momento de enfrentar un evento cumbre como son los Panamericanos.
En otros deportes, la labor de los entrenadores puede ser poco determinante en una competencia eventual, pero sí en los rendimientos por temporada, como pasa, por ejemplo, en el tenis o en la natación, en que lo importante no es el resultado particular sino el que se alcanza durante un período mayor de competencia.
En el fútbol profesional, la medición de los directores técnicos no es tan clara como para vincularla a uno u otro grupo. La competencia exige resultados inmediatos, pero también se impone que los entrenadores sean capaces de darle consistencia permanente a sus equipos. El que logre acercarse a ambas exigencias será, a la postre, sindicado como exitoso.
Guardiola, Klopp, Mourinho, Ancelotti están en la élite porque suman triunfos y ganan trofeos en competencias específicas, pero también porque son capaces de establecer en sus escuadras una base, un estilo, un fondo que les permitió dar la pelea a través de los años.
Por ello es que hay que usar estos parámetros para sustentar la tesis del fracaso de los DT de las selecciones de fútbol de Chile en los Juegos Panamericanos.
Si bien Luis Mena (Roja femenina) y Eduardo Berizzo (Roja masculina) posicionaron a sus equipos en las finales ambas categorías, no cumplieron las exigencias como para ser catalogados de exitosos.
Ninguna de las dos escuadras tuvo bases de sustentación que parezcan sólidas en el mediano plazo y ninguna ganó el oro cuando la posibilidad era alta.
Mena fue incapaz de imponer la estructuración de su plantel, careció de personalidad para exigir condiciones mínimas de trabajo, planificó en forma deficiente ante una situación de estrés y terminó aferrado a la fortaleza y el orgullo individual de sus jugadoras (que lo hubo) para evitar una vergüenza ante las mexicanas.
El pecado de Berizzo, en tanto, y de ahí que nuevamente se justifiquen las críticas, es no haber sabido leer lo que estaba pasando en la cancha ante Brasil, que es el trabajo primario de un DT durante los partidos.
Es cierto que Berizzo le dio identidad a su equipo durante los Juegos. Pero perder la medalla de oro por no ser capaz de hacer cambios para recuperar la pelota cuando se había perdido, es decidor y un elemento demasiado contundente en la evaluación del frustrante nivel de su conducción técnica.
Dejémonos de eufemismos.