Uno de los rasgos más propios de la cultura humana —que se manifiesta especialmente en la esfera pública— es lo que la literatura llama profecía autocumplida. Tal como la formuló Thomas, en un famoso artículo, ella consiste en que en ocasiones basta definir una situación como real para que ella efectivamente ocurra.
Los ejemplos son abundantes.
El más obvio es el de la crisis de los 30, el famoso miércoles negro. Una vez que cunde la idea de que los bancos entrarán en insolvencia, las personas corren a retirar sus ahorros y la crisis se produce. Una vez que se define que las mujeres son inferiores, se las excluye de la educación y de los puestos de poder, y entonces comienzan a aparecer como tales.
Y así.
Lo anterior tiene consecuencias en la esfera de la responsabilidad y debieran tenerlo en consideración en especial los políticos. Si un político prevé que si no se aprueba tal proyecto, sobrevendrá una revuelta, no está haciendo una predicción como la que hace un sociólogo, sino que, sirviéndose voluntariamente o no de lo señalado por Thomas, está en los hechos alentando que ella se produzca.
Lo que ocurre es que las definiciones públicas de una situación (las predicciones o descripciones a su respecto que se expanden) se convierten en una parte integral de la misma, de manera que su desarrollo pasa a estar influido muy de cerca por lo que se dijo de ella. Y es que en materia social y política, las cosas no son exactamente como son, sino como las describimos. Al describir de tal o cual manera una determinada situación futura, se la modifica y se contribuye a que se verifique. Las descripciones sobre el curso futuro de los hechos reobran sobre estos últimos y así, de alguna manera, los configuran.
Lo anterior es lo que hace hasta cierto punto irresponsables las declaraciones del senador Quintana cuando asevera que de aprobarse el proyecto del Consejo sobrevendría una revuelta como la de octubre del 19 o algo aún peor. La frase entendida como amenaza ya es inaceptable (equivale a anunciar actos coactivos para a través del temor forzar la voluntad de parte del electorado, lo que tradicionalmente se llamó fuerza moral); pero tomada como una predicción es simplemente irresponsable, puesto que, en consonancia con el teorema de Thomas, puede ocurrir que, viniendo de un líder político de relevancia, contribuya a producir el efecto que aparenta solo describir o, si se prefiere, ese tipo de declaraciones contribuyen a crear las condiciones para que lo que en ella se afirma o se augure, se produzca.
A menudo se piensa que las palabras de los políticos, aquellos que conducen la voluntad ajena, son solo eso: palabras. Pero no es el caso, puesto que, como enseñan teoremas como el de Thomas, los hechos de la vida social son indiscernibles de la forma en que se los describe y cuando esta última se expande y se cree y persuade a un número suficiente, acaban produciendo aquello que creían solo predecir.
Lo que se espera de un político parlamentario no es que haga predicciones gruesas sobre la vida social (predicciones que tienen por objeto mover la voluntad del electorado más que describir fidedignamente los hechos a que se refiere), sino que recuerde a los ciudadanos cuáles son los deberes normativos que configuran a la comunidad política y esos deberes no son otros que cumplir la voluntad de la mayoría, la voluntad popular generada sin fraude, coacción ni engaño, especialmente en la cuestión constitucional.
Durante los hechos de octubre del 19 se alentó o se justificó ex post la violencia diciendo que ella fue el antecedente causal del acuerdo constitucional. Y hoy el senador Quintana sugiere que si ese acuerdo constitucional no conduce al resultado que él espera, entonces lo de octubre se verá renacido y acentuado. Por supuesto él dirá que todo esto no es más que una predicción (al igual que los dichos de octubre del 19 habrían sido meras explicaciones); pero basta dar un vistazo al teorema de Thomas para darse cuenta que, consciente o inconscientemente, se trata de dichos públicamente irresponsables que se apartan de los deberes normativos que un senador de la República debiera respetar con escrúpulo.
Carlos Peña