Un fariseo, un doctor de la ley, llamándolo hipócritamente "Maestro" se acerca para "ponerlo a prueba" (Mateo 22, 35) y le pregunta: ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? (Mateo 22, 36). Sobre el número de mandamientos en el Antiguo Testamento, se citan con frecuencia 613 preceptos.
Jesús responde eligiendo dos de ellos : "Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6, 5) y "No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor" (Levítico 19,18).
¿Señor, qué pasó con los otros 611 mandamientos? Algunos contestarían dialécticamente: hay que elegir "el amor" o "el deber" de los preceptos, la libertad o la obligación, el Dios del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento, etcétera. Pero Jesús no predicaba -salvo del pecado- en clave de lucha, de oposición. Los preceptos divinos son una manifestación de su amor por nosotros, y la obediencia a sus mandamientos es una expresión de nuestro amor por Él.
Y así tenemos que sobre dos cosas que son "mandadas", "se sostienen toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22, 40), es decir, lo dispuesto es materia del amor. Y Jesús nos da ejemplo: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Juan 15,16).
El auténtico amor a Jesucristo lleva consigo el esfuerzo por guardar los mandamientos divinos , y, ante todo, el mandato del amor fraterno a la medida de la cruz de Cristo. La exigencia no es ya el temor, sino el amor: es la respuesta a Dios que nos ha amado primero, y nos ha mostrado su amor en la cruz.
Conversaba estos días con una persona que está desahuciada y que solo recibe cuidados paliativos. Me atreví a preguntarle: ahora que ves tu vida casi desde la meta, ¿qué le dirías a Jesús? Y me respondió: le doy las gracias por su amor, por todas las veces que me perdonó, por todas las oportunidades que me dio.
Dos mil años después, agradecemos al fariseo, porque esta pregunta tiene plena vigencia: ¿Qué es lo más importante en la vida cristiana? Si nos preguntaran: ¿Tú amas a Dios?, contestaríamos que sí, y si se lo preguntamos a Jesús, ¿cuál sería la respuesta?
Si en la vida cristiana hay monotonía y todo es plano, sin alicientes, falta amor.
Si nos examinamos con sinceridad en nuestro modo de seguir al Maestro, nos damos cuenta de que no basta "hacer cosas buenas", hay que hacerlas por amor a Dios y no por amor propio.
Si en estos meses no puedo decir -como los enamorados- que he hablado con naturalidad de mi amor a Dios, ¿puedo decir realmente que lo quiero?
Si este año que va terminando ha sido "más de lo mismo" en mi vida cristiana, ¿puedo afirmar que lo quiero con todo mi corazón?
Decía san Josemaría: "Cuando hay amor, cada nuevo día tiene otro color, otra vibración, otra armonía" (Carta, 24-3-1930, nº 19).
¡Qué buena señal de amor a Dios cuando nuestras ocupaciones y afanes son las necesidades de los demás!: " Si amamos a Dios no se puede saber, pero el amor al prójimo sí" (Santa Teresa de Jesús, Moradas, V, cap. 3,8).
A esta persona desahuciada, la cercanía de su meta le permitió redescubrir el amor de Dios, pero no esperemos esas circunstancias para reaccionar y responder, porque son gracias que no todos aprovechan: "Cada uno es lo que es su amor... ¿Amas la tierra? Te harás tierra. ¿Amas a Dios? Serás Dios" (San Agustín, Trat. Evang. S. Juan, 2).