Como todo liberal clásico, Adam Smith pensaba que el Estado y, por tanto, los impuestos eran necesarios. Sin ellos no podría existir sistema de cortes, ni policías o Ejército. Y tampoco se podría hacer política social alguna.
Sin embargo, argumentar, como han hecho diversos intelectuales, que Smith era una especie de proto socialdemócrata que justificaba impuestos progresivos y gasto social relevante es equivocado. La verdad, como ha señalado David Friedman, es que Smith era partidario de un estado casi mínimo y no solo se oponía a la progresividad tributaria, sino que rechazaba los impuestos al ingreso personal o al patrimonio.
“Los impuestos por persona, si se intenta aplicarlos a la fortuna o los ingresos de cada contribuyente, se vuelven completamente arbitrarios”, escribió en “La riqueza de las naciones”. Para Smith, debían aplicarse otra clase de impuestos. Entre ellos se encontraban aquellos que gravan los lujos que consumen las clases de menos ingresos. En su visión, cobrar impuestos a las necesidades de los pobres en lugar de a los lujos de estos, llevaría a alzas de salarios que terminarían siendo costeadas por las personas de mayores ingresos.
Al aplicar impuestos a los lujos de estas clases Smith buscaba asegurar que las personas de más bajos ingresos también contribuyeran. Algunos han mal interpretado esta afirmación de Smith suponiendo que su posición era que había que aplicar impuestos a los lujos sin más, es decir, a los ricos. Pero esto, como hemos visto, es falso, pues Smith buscaba evitar que los ricos subsidiaran el consumo de cosas lujosas de parte de los pobres. De igual modo, se ha entendido la frase de Smith según la cual “no es muy descabellado que los ricos contribuyan al gasto público, no solo en proporción a sus ingresos, sino algo más que en esa proporción”. Esta afirmación se ha visto como justificación de la progresividad tributaria, como si “no muy descabellado” significara lo mismo que “deseable”.
La verdad es que Smith se refería a los impuestos sobre el arriendo de inmuebles explicando que estos inevitablemente tenderían a recaer sobre los ricos de manera más que proporcional al ingreso al ser ellos quienes gastan más en ese ítem. La idea de que no sea “descabellado” en ese caso confirma que para Smith los impuestos debían ser pagados en proporción a los ingresos y no de manera progresiva. Esto significa que un sistema de flat tax o impuesto plano a la renta sería lo justo y no un impuesto progresivo que castiga adicionalmente al que es más productivo.
En palabras de Smith: “Los súbditos de cada Estado deben contribuir al sostenimiento del gobierno, en la medida de lo posible, en proporción a sus respectivas capacidades; es decir, en proporción a los ingresos que respectivamente disfrutan bajo la protección del Estado”.
Ahora bien, Smith tampoco tenía preocupación por la desigualdad de ingresos. Es más, el rol del gobierno era, en su opinión, contener la posible envidia de las masas en contra de las clases adineradas. De ahí que concluyera que “donde no hay propiedad, o al menos ninguna que exceda el valor de dos o tres días de trabajo, el gobierno civil no es tan necesario”.
Pero el mismo Smith pensaba que los pobres tenían iguales capacidades que los ricos y que bajo un sistema de “libertad natural”, es decir, de mercado, perfectamente podían surgir sin necesidad de apoyo estatal. Smith dice: “La propiedad que cada hombre tiene sobre su propio trabajo... es la más sagrada e inviolable. El patrimonio de un pobre reside en la fuerza y destreza de sus manos; e impedirle emplear esta fuerza y destreza... es una clara violación de esta propiedad tan sagrada... una usurpación manifiesta de la justa libertad tanto del trabajador como de aquellos que podrían estar dispuestos a emplearlo”.
De lo anterior no se sigue que Smith descartara enteramente cualquier forma de apoyo. La educación era, para el filósofo escocés, un tema prioritario. Por eso es que permitía, como segunda opción y siempre que los privados no pudieran hacerlo, un financiamiento público muy limitado y parcial de los esfuerzos educativos. Jamás habría aceptado escuelas enteramente financiadas con impuestos y mucho menos monopolizadas por el Estado como es hoy: “El público puede facilitar esta adquisición estableciendo en cada parroquia o distrito una pequeña escuela donde se pueda enseñar a los niños por una recompensa tan moderada que incluso un simple trabajador podría permitírsela; el maestro es pagado en parte, pero no en su totalidad, por el público, porque, si fuera pagado en su totalidad, o incluso principalmente, pronto aprendería a descuidar su negocio”.
Smith añadió que “aquellas partes de la educación para cuya enseñanza no existen instituciones públicas son generalmente las mejores”. Así las cosas, y sin perjuicio de las discusiones a que su obra ha dado pie, resulta forzado negar que Smith postulaba un sistema liberal clásico, con un estado fuertemente restringido, cuyo central rol no era dedicarse a la política social sino a proteger derechos de propiedad y garantizar un sistema de libertad natural que permitiera el progreso espontáneo que se da bajo condiciones de mercado abierto.
Axel Kaiser Presidente Fundación para el Progreso