Mientras busco en los medios un tema de actualidad —y no lo encuentro (uno en que tenga algo valioso que opinar)—, no puedo sino rendirme a la inteligencia cautivante de Roberto Calasso, el gran escritor, editor y pensador italiano fallecido hace no tanto. A propósito de la anunciada —pero nunca llevada a cabo— ordenación de mi biblioteca, leo su pequeño opúsculo titulado precisamente “Cómo ordenar una biblioteca” y allí me sorprende, de entrada, con lo siguiente: “¿Cómo ordenar la propia biblioteca? Es un tema altamente metafísico. Me sorprende que Kant no le haya dedicado un breve tratado. De hecho, ofrece una buena ocasión para indagar en la cuestión capital: ¿qué es el orden? El orden perfecto no existe sencillamente porque existe la entropía. Pero sin orden no se puede vivir. Con los libros, como con todo lo demás, es necesario encontrar un término medio entre esas dos afirmaciones”.
Es evidente que este párrafo tiene una dimensión irónica fabulosa. Si para ordenar la biblioteca se tuviese que resolver primero la cuestión del orden justo, jamás ordenaríamos la biblioteca. Pero más allá de la ironía, el texto revela el talante intelectual del escritor italiano, siempre expectante de un estímulo que eche a andar el pensamiento, siempre formulándose preguntas esenciales y difíciles de discernir.
Calasso nació en Florencia en 1941, estudió en Londres literatura inglesa, formó parte del Instituto Aby Warburg y llegó a convertirse en el director editorial de la prestigiosa Adelphi. La obsesión de su vida fue el pensamiento (y también la belleza) y, lo cual es casi decir lo mismo, el pensamiento contenido en libros. Calasso es un escritor de fina pluma y un agudo pensador. Postulaba, con grandes simplificaciones, que, en nuestra época, en la contemporaneidad, el rito habría devenido en mero simulacro por la ausencia de conexión entre ese rito con el mito, ese maravilloso acervo de historias que nos dirigen su mirada desde lejos. Calasso era un convencido de que nuestro problema fundamental debía ser planteado en el plano de la relación con aquello que puede llamarse “lo numinoso”. En un siglo de escepticismo, profesó una creencia tenaz en la necesidad de mantener vivas aquellas historias que forman un tramado enjundioso, diverso y repleto de epifanías acerca de lo sagrado. La lectura de su libro Las bodas de Cadmo y Harmonia me causó un impacto imborrable, proponiéndose allí no resumir los mitos, sino volver a contarlos. Es difícil explicar lo que logró, una mezcla magnífica de literatura y ensayo, de creencia y razón. Calasso pensaba que la literatura, y particularmente la poesía, son la sede siempre agónica del mito en esta hora.