Cuando en octubre de 2011 vino a Chile con un grupo de leyendas de Manchester United a promocionar una viña chilena que auspiciaba a los “Diablos Rojos”, sir Bobby Charlton se dio unos minutos para conversar con “El Mercurio”.
En dicha ocasión, el exjugador de la selección de Inglaterra, considerado por la FIFA el mejor futbolista de ese país en toda la historia (aunque algunos creen que el fútbol inglés nació con la Premier League, Guardiola y los relatos del “Bambino” Pons), fue tajante al señalar quién era para él el más brillante futbolista de todos los tiempos. “Ni Pelé ni Maradona: el mejor fue Alfredo di Stéfano. ¿Por qué? Por su inteligencia para jugar. Además, Pelé y Maradona jugaban más cerca del arco contrario. Di Stéfano, en cambio, movía el equipo”, señalaba Charlton, dando por cerrada —al menos desde su perspectiva— una eterna discusión.
Y es que sir Bobby era así. Siempre fue directo, encarador y definidor. De futbolista era un tipo que no temía enfrentar grandes dilemas y, con la pelota en los pies, decidir su destino. Sin dudar, sin considerar otras opciones. Charlton era el conductor, el líder, el que sabía iniciar y terminar las jugadas. El que tenía cualidades para filtrar pelotas, pero también para rematar desde lejos al arco.
Por eso hoy, tras su muerte a los 86 años, vale la pena no solo hacerle un obituario como simple compromiso, sino que establecerlo en el sitio que se merece. O sea, en la galería principal de los grandes futbolistas de todos los tiempos.
Charlton se identificó vistiendo los colores de la selección inglesa. Es imposible borrar de la mente futbolera su imagen junto al típico quiltro juguetón y metete en la cancha de Rancagua en el Mundial de 1962, así como también aquella foto de su fina y delicada conducción de la pelota —con el poco pelo que le quedaba en ese momento al viento— en un partido de la Copa del Mundo de 1966 que fue organizada y ganada por los ingleses con Charlton como uno de sus principales emblemas.
Charlton, por cierto, tenía un amor especial, de esos eternos que sobrepasaba la simple identificación con Manchester United.
La vida le dio una nueva oportunidad en 1958 cuando fue uno de los pocos sobrevivientes a la caída del avión en Múnich que trasladaba a los “Diablos Rojos” desde Belgrado tras la disputa de un partido de la Copa de Europa y desde ahí se convirtió en símbolo del United. Un ícono. Una bandera que siguió y seguirá flameando por siempre.
Sir Bobby, pese a todos sus galones y trofeos bien ganados durante sus extensos años de carrera, desgraciadamente ha ido quedando relegado o fuera de las listas que se elaboran cada tanto para designar a los mejores de la historia.
Como hoy prima el accionar más detallista, pero a la vez más frío de la “inteligencia artificial” que la simple opinión futbolera, Charlton ha ido perdiendo terreno en los rankings.
Injusto. Impresentable. Indigno. Ignorancia absoluta en definitiva.
Bobby Charlton no tuvo que salir a vender isotónicas ni firmar contratos con los gigantes asiáticos para convertirse en leyenda.
Solo fue bueno para la pelota. Un talentoso, un jugador distinto y un líder.
Por eso merece un recuerdo. Un adiós. Y también un agradecimiento.