La historia pegaba duro. Chile renunció a la sede de los Juegos Panamericanos de 1975 y 1987. Decepcionar una vez más al continente no era posible. Por eso, que Santiago 2023 sea una realidad es una alegría enorme para el país, que atesora y reivindica el valor de la democracia. En dictadura no se pudo, pero tampoco se quiso, porque abrirse al mundo significaba mostrar los horrores y atropellos que se vivían a diario. El estallido social, la pandemia y las negligencias funcionarias en el Estado y la Corporación Santiago 2023 no impidieron que este megaevento viera la luz.
La administración del Presidente Gabriel Boric dispone de un galón para lucir: sacó adelante una tarea que en marzo de 2022 asomaba compleja. Como se escucha en estos días, ni siquiera había planos de los recintos que se sumaron al Parque Estadio Nacional. Después de la fiesta habrá que evaluar. Se conocerán los antecedentes y valores de las obras, que costaron más de lo presupuestado.
Disponer de la información de todo lo que ocurrió desde la adjudicación de los Juegos permitirá conocer el cuadro de situación. El Parlamento tiene una misión. Si la toman, que lo hagan con altura republicana, sin chabacanería ni lanzando esas diatribas tribuneras que los ubica en el fondo de la valoración ciudadana.
La ciudad y el deporte en particular reciben una infraestructura que se necesitaba para la consolidación del alto rendimiento y el sistema de competencias interno. Su mantención requiere un tratamiento profesional. No bastará con la designación de un administrador que responda al gobierno de turno. La presencia de un profesional de alto rango, con equipos adecuados, que no se crea Dios, es uno de los mandatos. Un dato no menor es que la Dirección de Presupuestos (Dipres) pone metas de ingresos al Instituto Nacional de Deportes (IND), que obligan a un uso intensivo del coliseo.
El fútbol debe tomar nota de este último dato, en especial la ANFP, por los partidos de la selección, y Universidad de Chile. Las productoras, con seguridad, van a agendar Ñuñoa para sus espectáculos musicales. Es cierto que todos exigen un espacio, pero la autoridad y el Estado en su conjunto tienen que comprender que cuando el Presidente Arturo Alessandri Palma entregó esta magnífica obra, lo hizo para que el deporte fuera el foco. Las condiciones logísticas y de seguridad son inigualables en una urbe que además absorbe por ahora la ausencia de San Carlos de Apoquindo.
En todos estos años el fútbol sufrió sin el Nacional. Se sobrevivió con dificultades. La selección chilena fue una de las perjudicadas, al igual que los hinchas. Se precisa flexibilidad de la Dipres con el IND. Los recitales y otros espectáculos pagan muy bien, pero al fútbol no se le puede seguir ahogando sin el coliseo de Ñuñoa. Los recursos que pagarán Universidad de Chile y los otros clubes son relevantes, aunque es difícil que compitan con los de la industria musical. Nadie habla de gratuidad o perdonazos. Simplemente se solicita que el deporte que más gente convoca disponga de la prioridad suficiente.
Con programaciones adecuadas, calendarizadas con tiempo, es factible que todos los actores convivan en armonía.