Dice el evangelio de este domingo que, para tender una trampa a Jesús, los fariseos le preguntan si hay que pagar impuestos al César. Con una moneda en la mano, que contiene el rostro del emperador y su nombre, responde con la famosa frase "devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". No se trata de pagar impuestos o no, por supuesto que hay que hacerlo de acuerdo con la legislación civil, es un deber moral. Tampoco se trata, como muchas veces lo hemos escuchado, de la distinción entre el campo civil y el religioso, sosteniendo que ambos son independientes. Está claro que ambos espacios son distintos, pero se necesitan mutuamente. Pareciera que la propuesta es otra.
Jesús está en Jerusalén, donde ha tenido una disputa con los fariseos y los dirigentes religiosos a través de una serie de parábolas que hemos escuchado las semanas anteriores. En todas ellas Jesús insiste en que el Señor concede sus beneficios a todos gratuitamente, porque su amor es incondicional. Y los invita a todos a ser parte del Reino que ha venido a instaurar. Los fariseos junto a los Herodianos, que suelen tener miradas opuestas, incómodos con esta propuesta que les quita sus seguridades, se alían para tender una trampa a Jesús.
Para los israelitas estaba prohibido, desde la entrega de los diez mandamientos, hacer imágenes de Dios. Esto porque se convierten en ídolos y se terminan postrando ante ellos, como lo hacían los pueblos paganos. Dios no quiere que haya ídolos que roben el corazón de los israelitas. La moneda romana, que tiene el rostro de Tiberio, emperador de Roma, es imagen de la idolatría más común de todas, donde el dinero se convierte en un dios . Jesús ha establecido como irreconciliable el culto al Dios verdadero con el culto al dinero. El Señor quiere poner la atención en esta idolatría al dinero que termina desfigurando la condición humana y dirigiendo la vida tanto de las personas como de las naciones. No es la moneda de metal la que es criticada, sino la filosofía que hay detrás de ella. Los judíos de aquel entonces, y nosotros también, hemos asimilado, incluso sin darnos cuenta, esta concepción pagana de la cultura del dinero. El dios-dinero es eficiente, pues siempre nos da lo que le pedimos, pero conlleva toda una filosofía inhumana de utilización de la persona, de valorarla por lo que tiene, de competir con el otro, de acumular. Toda esa cultura idolátrica es la que se debe devolver al César, de donde proviene.
En cambio, hay que devolverle a Dios lo que le pertenece: la persona humana. Tiberio puso su imagen en la moneda, por eso le pertenece. Dios ha puesto su imagen en el ser humano, como lo dice la primera página del Génesis, por eso le pertenecemos solo a Él. Mirando a la persona humana podemos comprender quién es Dios. Es así como el ser humano, del cual se ha apoderado la cultura del mundo que lo deshumaniza, debe ser devuelto a Dios. Los poderes del mundo llevan a la utilización del otro, a la explotación y la humillación, alzan a unos como dioses y esclavizan a los otros. Hay que devolver a toda persona humana a su único dueño: Dios. En esto los cristianos reconocemos la dignidad de la persona humana.
Vemos que la violencia crece de forma descontrolada en nuestra sociedad. El horror del terrorismo y de la guerra nos hace volcar la mirada sobre el sentido y el valor de la vida de cada persona. La cultura del dios-dinero nos hace pelearnos e imponernos unos sobre otros. Tenemos la tarea de volver a humanizar el mundo. Como cristianos tenemos mucho por aportar en nuestra cultura. El otro siempre es un fin y nunca un medio. El otro es presencia de Dios, y mi relación con él siempre será quererlo, acompañarlo, ayudarlo, y nunca utilizarlo. El Señor nos hizo, a Él pertenecemos. Este es el Reino que el Señor ha instaurado y al cual estamos todos invitados a ser parte.
"Del César -respondieron-. Entonces -dijo Jesús-, denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".(Mt. 22, 21)