El proceso está terminando como empezó. Con baja intensidad. Con poco entusiasmo. Con nulo interés.
En el ex-Congreso todavía resuena el eco del grito “el pueblo unido avanza sin partidos”, que marcó la última jornada de la Convención y que sería el preámbulo del gran naufragio electoral.
Y si bien hasta ahora las encuestas muestran un macizo apoyo al En contra, ello cambiará a partir de los próximos días.
En términos de Carl Schmitt, a partir de esta semana se empezó a configurar la vieja lógica política entre el amigo y el enemigo. Entre el bueno y el malo. Entre el yo y el del frente...
Así, es posible que en los próximos días veamos un fuerte acortamiento en la ventaja que mantiene el En contra. La derecha, sin fisuras, más allá de algunos personajes marginales (Pancho Malo, De la Carrera, Marinovic), se volcará a situarse al frente de la izquierda. Y la izquierda hace rato que decidió que no podían terminar sus sueños con un proyecto escrito por la derecha.
Ya ni siquiera se usará la muletilla de “voy a leer el texto”. De hecho, no será necesario ir a retirar el ejemplar al kiosco de Camila Vallejo a La Moneda. Sino que, simplemente, unos para un lado y los otros para el otro. Como tantas veces. Como casi siempre.
Esta misma semana, en un importante seminario empresarial, el presidente de una entidad financiera, con gran entusiasmo, hizo una especie de arengazo por el A favor. Los gremios empresariales hicieron lo propio hace pocos días. Uno a uno llamando a “cerrar el proceso” y a respaldar el proyecto.
Siguen sin darse cuenta los empresarios de que no es su rol inmiscuirse en la política partidaria, y —lo que es peor— sin darse cuenta de que sus llamados son contraproducentes para las causas que intentan sostener. Tal vez debieran leer al propio padre de la economía, Adam Smith, cuando sagazmente señaló hace 250 años: “Toda proposición de una ley nueva que proceda de esta clase de personas (empresarios) deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza”. Pero no hay caso, en Chile los empresarios siguen creyendo, equivocadamente, que son actores políticos.
La derecha lo sabe: serán dos los factores movilizadores de la campaña más corta de la historia: la fatiga y el susto. La fatiga para decir “terminemos luego con esto” y el susto a las “hordas” que ya proponen una asamblea constituyente para seguir el proceso.
Susto y fatiga serán los ejes del A favor, y estratégicamente pueden funcionar. Susto para juntar a los de derecha (que tradicionalmente han votado “contra” la izquierda) y fatiga para el mundo apolítico que no quiere saber más.
La izquierda tiene pocos argumentos, porque la bandera de que la Constitución que nos regía era lo peor que podía existir se cae al existir algo “todavía peor”. Y el famoso argumento de que “cualquier Constitución es mejor que la escrita por los cuatro generales” no hay cómo sostenerlo.
Así, la elección, paradójicamente, está abierta.
La pregunta es quién cruzará esta vez el Rubicón. Ha pasado demasiada agua por el río en poco tiempo. Hay que acordarse de que en el plebiscito de entrada una parte de la derecha (más bien, la centroderecha) lo cruzó para irse por el Apruebo. Los duros, las Cubillos, los Allamand y los Kast se quedaron en la orilla de la derrota. Poco tiempo después vino el turno del plebiscito de salida. La centroderecha volvió a su orilla, pero fueron muchos los de centroizquierda quienes cruzaron —facilitados por el expresidente Lagos— al frente. Y el triunfo fue categórico.
La pregunta es quién cruzará ahora. Por de pronto, la derecha se quedará en el A favor. De la Democracia Cristiana a la izquierda se quedarán en el En contra. Y todo parece indicar que Amarillos y Demócratas, cuyas banderas son más importantes que el número de sus militantes, volverán a encontrarse en las antiguas fuerzas del Rechazo.
Es evidente que si gana el En contra el proceso seguirá abierto. Tal vez no inmediatamente, pero a la primera crisis el tema volverá a surgir. Si gana el A favor se cierra el proceso, pero no quedará bien cerrado. La izquierda habrá tenido su derrota cultural más grande desde el término de la Unidad Popular y más encima deberá firmar el nuevo texto.
La oportunidad fue desperdiciada. Porque una Constitución que perdura es aquella que ha sido objeto de un acuerdo amplio. Y esta, aunque gane, no lo será. Desearle larga vida no será más que una formalidad.
Mientras tanto, a mirar en cuál orilla se junta más gente en los dos meses que vienen…